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domingo, junio 16, 2024

Para revolucionar el futbol

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Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

El futbol, aunque algunos se molesten, es un deporte para atletas educados. Cuando hablo de educados, me refiero, desde luego, al nivel académico que pueda ostentar un jugador cualquiera. No importa si Maradona, un pobre diablo que no triunfó en la vida, se haya convertido en el número uno de su época: las excepciones, debemos advertirlo, no debemos aceptarlas como modas y tendencias incuestionables.

La genialidad, como la de Maradona y Messi -acaso Pelé-, son brotes espontáneos que surgen de vez en cuando, y que la biología detecta en el azaroso camino de la evolución humana. Precisamente, la genética de las poblaciones, enmarcada en la ley de Hardy-Weinberg, acerca de los cambios repentinos que surgen de vez en cuando en los seres vivos, así lo demuestra.

Por otro lado, el futbol es una organización sistémica, no es un laberinto de procedimientos ni una agregación de muchos, aunque así nos lo parezca. Todo ese entramado del balompié, representado en ligas y divisiones debería estar fundamentado en principios sólidos de organización empresarial, sometido a los vaivenes y fenómenos que exigen los mercados cada vez más cambiantes y agresivos. Cuando una organización falla, es porque su componente gerencial no ha sabido conducir las riendas empresariales para responder a las necesidades de los clientes, en este caso, los aficionados y los anunciantes.

El futbol se vuelve, entonces, una compleja organización que demanda, no solamente facultades y competencias gerenciales, sino también inteligencia, capacidades decisorias y comprensión del ambiente a quienes lo practican. Para ser poseedor de estas facultades cognitivas y atléticas, el futbolista debe estar preparado tanto en su nivel académico correspondiente, según la edad, y manifestar condiciones atléticas que reflejen una buena alimentación y una sanidad mental de altura.

Los mexicanos definieron hace muchos años que el biotipo del futbolista, carente de la fortaleza del caribeño o de los norteamericanos, debía ser suplida por la rapidez y la velocidad en las que ellos son buenos y que  queda hartamente demostrado en la olimpiadas, precisamente en las marchas de largo alcance. Es una herencia indígena. En Honduras, descubrimos el biotipo -o fenotipo, para ser más científicos-, caribeño y negroide, que se revela en los garífunas y en los mulatos que abundan en nuestro futbol. Sus competencias son: la fuerza descontrolada, el choque malicioso y la velocidad no direccionada. Porque para ser veloz y rápido –física y mentalmente-, se requieren conocimientos académicos y una gama de conceptos que sólo la física elemental suple: inercia, contrapesos, masa y caída libre, entre otros.

El fracaso de nuestro futbol, aunque algunos aleguen que estamos participando en olimpiadas y mundiales, no deja de ser preocupante. Nuestras concurrencias a esas justas mundialistas son menos que mediocres. Pero el mensaje es claro: somos buenos hasta cierto nivel, de allí para allá, cero. El llamado “Principio de Peter” o de la incompetencia ejecutiva, así lo demuestra.

Entonces, hay que revolucionar el futbol hondureño: capacitar el  equipo gerencial de la FENAFUTH en cuestiones administrativas, a través de una alianza con una universidad tecnológica de alto rendimiento, diseñar la visión futbolística de país que defina el modelo de jugador a seguir, en todos los niveles –incluyendo el femenino, ahora en manos de mediocres-; plantear los requisitos gerenciales que deberá reunir un equipo para ser miembro de la LINA, delinear los estándares de calidad que se exigirán a las academias privadas de futbol – abarcando a las escuelas y colegios que compiten-, y reglamentar los procesos de reclutamiento y selección de los jugadores, en los niveles inferiores al profesional.

Como pueden ver se trata de una revolución en el futbol hondureño. Fuera de esto, no hay mañana promisorio.

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