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viernes, abril 26, 2024

Honduras, país sin folklore musical

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Oscar Aníbal Puerto Posas

Alejo Carpentier, el recio escritor cubano, en uno de sus deliciosos libros, “Crónicas Caribeñas”, comenta el espíritu que generó en Francia la música cubana. La elocuencia de canciones como “Mamá Inés” o “El Manisero”, de Moisés Simons, y dice: “El público pide Mamá Inés, y los ingleses y franceses lo bailan o hacen esfuerzos por bailarlo. La movilidad y el dinamismo de esa música vence todos los escrúpulos. Muchachas oxigenadas, que nunca salieron de París, cobran ínfulas tropicales y exigen el bis a gritos. Los archiduques rusos pierden sus monóculos. Los yanquis gritan: «-Oh, wonderful!». Las pálidas hijas de Albión olvidan por un instante sus poses prerrafaelistas, al enterarse del sortilegio sonoro que viene de las Antillas”.

Cuando Carpentier escribió esta página contaba con apenas 28 años. Vivía en París de su pluma como corresponsal de las famosas revistas “Bohemia” y “Carteles”. Valga este prólogo para entrar al tema: Honduras no tiene folklore. No solo los políticos engañan a este pueblo. También hay fraudes en el campo de la cultura.

Un sujeto hizo que los niños de escuela cantaran “Flores de Mimé”. En Honduras, en ningún jardín florece esa planta. Es extraña a nuestra botánica; si fuera parte de la flora nacional la hubiera descubierto don Luis Landa. La tonada habla del “río Berbena”, ajeno a nuestra hidrografía. Pregúntenle a Noé Pineda Portillo en qué mares desemboca. Tampoco nuestros campesinos plantan azafrán, canela, pimienta y clavo. Fue un pillaje. Un pillaje total de solfa y letra.

Mi amigo Emilio Fonseca Batres me contaba un incidente sumamente incómodo que a él y a otros compatriotas les tocó soportar en las Islas Canarias. El escenario era un encuentro de estudiantes. A la clausura del cual los organizadores pidieron a los participantes interpretar un aire típico de su país de origen. Ellos escogieron “A la capotín”. Los españoles entre risotadas crueles lo coreaban. No es música nuestra, le pertenece a ellos. Sin embargo, el “Cuadro de Danzas Folklóricas”, que dirigía el personaje de marras, cuyo nombre callo por respeto a su numerosa descendencia, lo cantaba (valga el hondureñismo) a todo galillo.

Una vez, estando yo muchacho y trabajando para el Instituto Nacional Agrario (INA), siendo director el abogado Horacio Moya Posas, de grata recordación, se instaló en el “Hotel Honduras Maya”, en ese entonces el más chic de Tegucigalpa, un Congreso Centroamericano de Reforma Agraria, al final del cual, para “lucimiento nacional”, se invitó al Cuadro de Danzas Folklóricas. Al solo saltar al escenario, el representante de Panamá en voz baja dijo: “Esa danza es de mi país”. Obvio, en Honduras la mujer no viste la pollera. Es prenda femenil sudamericana. No se olvide que Panamá fue parte de Colombia. Además, los gritos y el zapateo no están en nuestra idiosincrasia. Lo más bochornoso fue cuando el “maestro” dijo que el cuadro que dirigía iba a interpretar una danza que él había “rescatado” en el departamento de Yoro. En el espectáculo, los danzarines sacaron sus machetes y los hicieron sonar sobre las baldosas (no eran machetes de utilería). El “folklorista” nos exhibió como pencos. Al término del acto, Moya Posas indignado lo llamó a tomar asiento y le dijo: “Usted es un farsante, en Yoro, al entrar a una fiesta, el Alcalde Auxiliar decomisa pistolas y machetes. Esa disposición aún se cumple, emanó del gobierno de Tiburcio Carías”. “Mister folklore”, palideció. Bajó la vista y se fue con su música a otra parte. Cándidos auditorios nunca le faltaron, ni aplausos atronadores. La ignorancia es así. Mis perdones a sus deudos.

Distinto fue en Costa Rica. En la elegancia del Musical Hall del “Hotel La Herradura”, yo le pedí al pianista una canción hondureña. Interpretó “El Bananero” de Lidia Handal. Ocurrió lo que cuenta Carpentier, todo mundo se levantó a bailar. Olía a trópico, tenía fragancia de fruta al sol. Ese es nuestro verdadero folklore.

 

 

 

 

 

 

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