HISTORIA HUMANA: Jacobo Espinoza, de andar descalzo a convertirse en abogado

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Jacobo es un muchacho que representa la realidad de muchos otros buenos profesionales que hay en Honduras.

TEGUCIGALPA, HONDURAS. Jacobo Espinoza Miranda salió desde la aldea de Catulaca, en Gracias, Lempira, con la ilusión de ayudar a su mamá a salir de la situación de extrema pobreza en la que vivían y convertirse en abogado.

Diminuto de estatura, pero grande de corazón. No llega a 1.60 metros de altura. Pero el deseo y las ganas de convertirse en profesional y mejorar, lo convierten en una persona muy grande.

La historia de Espinoza Miranda refleja que cuando lo que se imponen son las ganas y el deseo de salir adelante, nada es imposible. «Dios es lo más importante ante todo», dice Jacobo.

Además, perdió a su papá a los 7 años y recordó que de niños ellos lo extrañaban mucho, sobre todo en las fiestas de diciembre. «Lo único que teníamos en navidad eran ollas vacías», dijo con una voz quebrantada.

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Niñez complicada

«Para mí fue una situación muy difícil porque, en primer lugar, falleció mi papa cuando yo tenía siete años y mi hermanita quedó de tres meses», recordó el ahora abogado.

Espinoza comenzó a laborar desde los ocho años debido a la pérdida de su padre. Y, ante eso, recordó que «fue una situación difícil para mí mamá. Ella empezó a trabajar cortando café y desherbando maíz. Solo ganaba 25 lempiras».

Además, compartió que «eso no ajustaba y a veces con mis hermanos íbamos a las casas de los vecinos a buscar que nos regalaran una tortilla. En ese momento yo me di cuenta de que podía hacer algo por mi familia, ellos son lo más importante que yo tengo», subrayó.

«Con 8 años yo agarré el azadón. Otras veces me levantaba a las dos o tres de la mañana para ir a hacer dulce. Pero mi prioridad era ayudar a mi mamá, aunque solo me daban 10 lempiras, siempre le intentaba ayudar», sostuvo.

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El abogado no olvida sus raíces y ahora realiza actividades para ayudar a los necesitados.

Pies descalzos 

Las calles polvosas aún viven en la memoria de Jacobo. Él siempre recuerda que debía caminar descalzo por dos horas y media para asistir al colegio cada sábado allá por el 2006-2007.

«De tanto que anduve a pie me salieron callos y ya ni sentía las piedras. Caminaba para todos lados en calles de tierra», contó.

Espinoza, de 30 años, se graduó de la primaria en la Escuela Petrona Muñóz de su natal Catulaca. «Me quedaba a media hora de distancia», aclaró.

«Recuerdo que para mí graduación de sexto grado me prestaron unos zapatos porque había que ir presentable», confió.

De igual forma, agregó que «para ir a la escuela nosotros no comíamos, pero en la Escuela antes daban frijolitos, leche y otras cositas; con eso nos manteníamos. Los uniformes, recuerdo que pasábamos vigiando que mis primos botaran los de ellos en la basura y después los íbamos a recoger, así pasaba con los zapatos también, jajaja», reveló en medio de risas.

Para cuando pasó a ciclo común, tenía que viajar hasta el Colegio Doctor Ramón Rosa ubicado en Gracias, Lempira.

«El colegio me quedaba a dos horas y media. A veces no tenía para el pasaje y tenía que levantarme a las 4 y media para poder llegar. Después logré conseguir otro trabajo de ayudante de albañil durante un año y estudiaba los sábados en el colegio. Costara lo que costara, yo buscaba ser alguien en la vida», afirmó.

Es el cuarto de seis hermanos con quienes lleva una excelente relación, agregó Jacobo. Una de las prioridades del letrado fue siempre sacar a su mamá y a sus hermanos de la difícil situación que atravesaron.

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Este fue uno de los días más felices en la vida de Jacobo, cuando le entregó el título de abogado a su madre, Santos Miranda Molina. «Lo logré», le dijo.

Una manzana de frijoles lo llevó a Cortés

Cuando Jacobo habla de su historia, es imposible no notar cierta emoción en sus reacciones. Recordó que muy temprano en la vida y ante la adversidad, él ya había elegido ser abogado. Sin embargo, contó: «Cuando yo le dije a una maestra que sería abogado, ella y mis compañeros se rieron de mí. Nunca me olvidaré de eso», aseguró.

«Después de salir del colegio y trabajar un año como ayudante del albañil, decidí salir de mi aldea porque quería crecer. A veces me sentí hasta humillado pero siempre quise salir adelante y eso me dio fuerzas», relató.

Y esas ganas lo llevaron hasta Naco, Cortés. Tras sembrar una manzana de frijoles, logró comprarse algunas sábanas, unas dos o tres mudadas, le dejó una parte a su mamá y cogió camino.

«Yo logré salir de mi aldea con una manzana de frijol que sembré, me dio poco, pero ajusté 200 lempiras para poder salir y me fui para Naco, Cortés. Allá entré al Centro de Instrucción Policial, pero cuando me reclutan me dicen que no podía ingresar porque soy muy enano, jaja», apuntó.

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Quitarse el saco y la corbata no son ningún problema para el abogado.

«Pero Dios actuó porque después me dijeron que me iban a aceptar. Y hasta que me gradué me fui otra vez para mí casa, eso fue seis meses después. Cuando me gradué me mandaron a un programa de la Embajada Americana y empecé a ayudar más a mi familia», expresó.

De saco y corbata 

A pesar de estar trabajando con un salario estable, Jacobo no olvidó su deseo de niño, aquel mismo por el que su profesora y compañeros se rieron. Del mismo modo, en el camino se ha encontrado con personas que le han ayudado a tomar buenas decisiones, precisó.

«Estudiar en una universidad privada es caro y los sueldos son bajos. Me iba a la universidad y andaba solo para el pasaje, entonces me tocaba aguantar hambre. Además de que no podía gastar, porque tenía que ayudarle a mi mamá. Pero gracias a Dios he tenido a varios amigos que me han ayudado a salir adelante y me han dado buenos consejos», destacó.

El día de la graduación Jacobo mostró con orgullo su título de abogado.

Tras duros sacrificios, Espinoza se recibió como abogado en una universidad privada. No obstante, el día en que se graduó, la propia directora del Servicio de Administración de Rentas (SAR), Mirian Guzmán, tomó el micrófono y le dedicó una palabras.

¿Cómo conoció a la directora?

«Yo estaba trabajando en el proyecto de la Embajada y nos mandaron de viaje, pero no estaba bien económicamente y cuando nos bajamos a comer en Siguatepeque con otros compañeros, yo me quedé en el carro. Solo andaba 50 lempiras. En ese momento yo comencé a orar y unos cinco minutos después me cayó una llamada», relató Jacobo.

«Cuando me entró la llamada yo pensé que eran los de Claro llamándome para cobrarme, pero igual contesté. Mi sorpresa fue que era la abogada Ángela Madrid (viceministra de la SAR) diciéndome que me iba a dar un mejor puesto», enfatizó.

Actualmente, Jacobo trabaja como Analista de Procuración Legal en el SAR. «Mi integridad, trabajo y esfuerzo fueron vistos por Dios y por la abogada Madrid y de esa forma fue que conocí a la abogada Mirian Guzmán. Ella (Madrid) lloró en mi fiesta de graduación«, explicó.

Por otra parte, Espinoza está actualmente sacando una maestría en Gestión Pública en una universidad privada del país. «Aspiro a poder salir al extranjero y estudiar un doctorado, pero ya Dios dirá», concluyó.