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domingo, mayo 19, 2024

El romano que prefirió arrancarse las entrañas antes de rendirse a Julio César

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Frente a la vida llena de lujos y vestimentas llamativas de César, Catón no se preocupaba lo más mínimo por su apariencia, hasta el extremo de que era habitual verle recorrer descalzo las calles de Roma, y jamás se desplazaba en caballo o carruaje.

Nacido en 95 a.C, Marco Porcio Catón «el joven» era llamado así precisamente por lo mucho que recordaba su carácter al de su bisabuelo, Catón «el viejo», un «hombre nuevo» considerado incorruptible, austero, patriota y defensor de recuperar las tradiciones de Roma más antiguas. Ambos, no en vano, han pasado a la historia como personajes severos y antipáticos que se opusieron a dos figuras de gran popularidad en su época –Julio César contra el joven yCornelio Escipión contra el viejo–. Así, fue durante la campaña de África cuando comenzó su enemistad con Escipión «el Africano», el gran héroe en la guerra contra las huestes cartaginesas de Aníbal. Catón reprochaba al general «la inmensa cantidad de dinero que gastaba y lo puerilmente que perdía el tiempo en las palestras y los teatros», a lo que el Africano solía responderle «que contara las victorias, y no el dinero».

Lo cierto es que Catón «el viejo» odiaba sobre todo a Escipión por su afición al teatro, de origen griego, y por sus simpatías por las costumbres helenísticas, que consideraba depravadas y nocivas. Consideraba la higiene personal y la costumbre de afeitarse como una forma de afeminamiento, y por ello quiso poner de moda las túnicas de lana raídas y las barbas descuidadas. En el año 155 a.C, no obstante,hizo que expulsaran de Roma a los embajadores de Atenaspor la mala influencia que ejercían en la vida romana y abanderó una campaña contra otra potencia extranjera, Cartago, a la que instaba una y otra vez a borrar del mapa con su famosa coletilla: «Ceterum censeo Carthaginem esse delendam» («Además opino que Carthago debe ser destruida»). Sin embargo, Catón «el viejo» no alcanzó a ver como se destruía Cartago, donde el ejército romano sembró sal en sus cultivos para que nada volviera a crecer, ni tampoco vivió como la falta de un enemigo exterior fuerte provocó que las luchas internas en la República condujeran al colapso del sistema.

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