Tegucigalpa, Honduras. Durante la homilía dominical de la santa eucaristía oficiada en la Catedral Metropolitana San Miguel Arcángel de Tegucigalpa, el arzobispo José Vicente Nácher destacó la importancia de compartir con los demás y vivir una vida en cristiandad.
Este domingo se conmemora la octava de pascua, tras una semana de vivir y celebrar la resurrección de Jesús, tras el camino a la cruz.
El evangelio proclamado este día es, según San Juan 20, el del versículo 19 al 31. El arzobispo mencionó, además, pequeñas metáforas de las que hablan las lecturas del día, comparando con hechos de la vida hoy por hoy.
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De igual manera, comentó sobre la fiesta de la Divina Misericordia en esta octava de pascua, detallando que la misericordia del crucificado es evidente.
Homilía
Los primeros cristianos compartían el alimento con sencillez y alegría, que es lo que dice la primera lectura. Es decir, de manera connatural sintiéndose afortunados de eso, porque partir con otros lo que tenemos y lo que somos, es recibir de los otros el significado de la existencia, algo que no podemos encontrar solos.
Al compartir con otros lo que tenemos y lo que somos, recibimos de los otros el significado de todo eso. Es decir, que si no lo compartimos, lo tenemos vació, sin sentido.
Será bueno recordar al hombre y a la mujer del siglo XXI, personas del progreso y de la técnica. Esto por que el significado, para que de todo no es algo que podamos generar nosotros mismos, sino que lo recibimos de Dios.
Esta verdad se cumple y se fomenta con la noticia de la resurrección de Jesús, la cual solo se podrá recibir adecuadamente en comunidad, es decir en iglesia que camina unida, dialogando por el camino.
Divina Misericordia
Estamos a los ocho días de la pascua y también nosotros experimentamos, que como Tomás en ausencia comunitaria no somos capaces de creer, porque creer a veces no es tan fácil, sobre todo cuando hay decepción.
Aunque queremos querer, la comunidad eclesial posee un dinamismo pascual, así podríamos llamarle, por lo que se convierte en portadora de una herencia incorruptible en la cual renace una experiencia viva de vida, mediante la resurrección de Jesucristo, triunfador de la muerte.
San Juan Pablo II instituyó la octava de pascua, como el día de la Misericordia. En la cual nuestra mirada al resucitado nos permite ver el costado, aún abierto, del cual manaron sangre y agua, las cuales convertidas en sacramentos de la redención eterna, siguen brotando del cuerpo de Cristo que es la iglesia, por la efusión del espíritu santo.
La misericordia que brota del crucificado, se da y se recibe plenamente en su iglesia que comparte con alegría, la fe, los bienes, la oración.
Compartir juntos como cristianos no es una simple consecuencia práctica. Sino es una fuente de vida y de gozo fraterno.
Testimonio de la fe
La misericordia fundamental es la que los otros apóstoles ejercieron con Tomás. Hemos visto al señor y con ello toda nuestra vida se lleno de un significado nuevo, dar testimonio de nuestra fe es el mayor bien que podemos ofrecer a tantas personas, porque Jesucristo es el bien en el que se sustenta todo bien.
Por último, conviene decir que en los últimos años la misericordia divina que es una verdad fundamental de nuestra fe, de nuestra vida y existencia, la misericordia divina, un don tan apreciado por los grandes santos, es hoy motivo de sospecha por parte de ciertas corrientes.
Dicen que esas corrientes que hablar mucho de misericordia es un permisivismo cobarde que daría permiso a pecar, eso dicen. Eso es algo totalmente mal interpretado y manipulado.
En verdad, la cobardía es la que se esconde en el anonimato y mantienen sus puertas cerradas por miedo a que el espíritu santo siga impulsando a su iglesia a vivir la alegría de la resurrección.
Cada página del evangelio esta llena de gestos que expresan la misericordia de Jesucristo, el cual, lo hemos escuchado. Sopla espíritu y da la paz a los suyos, para que creyendo tengan vida y juntos sigan sus pasos y compartan con sencillez y alegría con toda la familia hermana, la salvación recibida que es la meta de la fe