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sábado, mayo 18, 2024

La frustración se enraíza en un pueblo de Hawái arrasado por las llamas

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Redacción. Luchar en Vietnam no minó la fe de Anthony García, pero el incendio que redujo a cenizas su hogar y arrasó su comunidad en Hawái lo ha devastado al punto de hacerlo dudar de su creencia en Dios.

«No puedo creer que Dios permitiese que esto ocurriera», dijo a AFP el hombre de 80 años que, tras perderlo todo en el incendio que devoró el pueblo de Lahaina, en Maui, se instaló en la plaza donde se alza una imponente higuera que se cree es la más antigua de su tipo en Estados Unidos.

«Quizás estaba ocupado, charlando con Putin o algo así, pero Dios no estaba aquí. Estoy tan enfadado que no sé si quiero seguir creyendo en él», lanzó García mientras removía escombros a los pies de la majestuosa higuera que ocupa una plaza entera y que por décadas fue retratada por millones de turistas.

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Algunas personas que han regresado al pueblo para encontrar apenas cenizas se acercan y lo saludan.

«¿Este árbol? Más de un siglo en pie», señaló el hombre que la semana próxima cumplirá 81 años.

«¿Y allí? El primer tribunal de Lahaina. ¿Más allá? The Pioneer, abierto en 1901. ¡El primer hotel de Hawái!». Lahaina, el pueblo costero de Maui, en el archipiélago estadounidense de Hawái, fue destruido por un feroz incendio forestal que deja al menos 80 muertos. En el oeste de la isla, Lahaina era un punto de referencia enmarcado por varios edificios históricos que no existen más. «Es mucho para asimilar», confiesa un descorazonado García.

«Se llevó todo»

Oriundo de California, el veterano de guerra llegó a Maui en 1993 por un fin de semana que, de tan bueno, terminó extendiéndose por tres décadas. Empleado de un condominio en la isla, alquiló un apartamento, cerca de la popular Front Street, abarrotada por turistas que merodeaban sus bares, restaurantes y tiendas de souvenirs.

Pero las llamas avivadas por los vientos huracanados que sacudieron a la isla en varias localidades consumieron todo: guitarras, documentos, partituras, composiciones, ropas, recuerdos. «Se llevó todo. ¡Todo! Es de romper el corazón», dice.

García, con guantes protectores en las manos, lleva algunas pocas donaciones en un carrito en la plaza dominada por la famosa higuera. «Ese es mi nuevo apartamento», ironiza.

Movido por la tristeza, y a veces la rabia, lleva tres días barriendo la plaza. Apiló ramas carbonizadas en varias esquinas, así como animales que murieron por las llamas.

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