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viernes, abril 26, 2024

Opinión de Carlos Alvarenga: Populismo y Patria

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Por Carlos Alvarenga. -Acabo de saborear una reseña del libro “Populismo”, de los politólogos españoles Fernando Vallespín y Máriam M. Bascuñán.

Al fin me topo con algo que explique este raro fenómeno político social que ha embaucado incluso a sociedades muy educadas, como la alemana del nazi, y recién, hace un año, por desgracia, a la potencia mundial, con su presidente del peluquín dorado.

La primera parte del libro está dedicada a la definición de lo que es populismo. Señalan los autores que la tarea no es fácil en lo absoluto, porque las expresiones del populismo se dan en todo tipo de países, con diferentes culturas, en cualquiera de los partidos políticos de la variopinta gama de opciones e ideología, así como por la variedad de formas, su poco contenido teórico (yo diría, su ausencia total de contenido teórico). También el término es utilizado como de forma peyorativa para descalificar al adversario y la adopción de algunas de sus estrategias por parte de los partidos del establishment, que se definen como partidos antipopulistas.

Es una ideología centrada en lo mínimo, es minimalista y maniqueista. Sus postulados son harto básicos y divide al mundo en ellos y nosotros. Es la confrontación básica del “pueblo puro” contra la “élite corrupta”.

En países de fuerte raigambre democrática, como en Europa (¡Sí!, aunque no lo crea allí abunda el populismo), combina la indignación con la aspiración a la restauración de un orden que se ve con nostalgia, una época de compromiso, solidaridad, respeto y desarrollo.

En Latinoamérica, yo agregaría, ya que nunca ha habido tal orden no al menos en un marco de democracia y respeto a los Derechos humano (acordémonos de las dictaduras militares, que era la paz de los sepulcros, con un par de excepciones como Uruguay y Costa Rica), el populista no rememora una época sino juega con la eterna indignación del pueblo.

El populismo, dice la reseña, puede empeorar la calidad de las democracias, pero no es lo que produce su crisis (pero si las profundiza, diría yo), crisis que han creado los partidos tradiciones aunados a factores decisivos como, por ejemplo: una erosión de la confianza en la democracia liberal, a la que contribuye la globalización, con sus consecuencias de pérdida de cohesión y debilitamiento de la soberanía.

El populismo se alimenta de una sensación de impotencia, y de miedo, entre la clase media y baja; la pérdida de posición económica; la brusca reducción de expectativa; el temor ante la pérdida de hegemonía cultural; una pulsión de resentimiento; y, sentimientos racistas y xenófobos. (El reseñador aclara que los autores no se han basado en países de Latinoamérica, aunque hacen algunas menciones, pero su estudio se refiere más a los EUA y a Europa, aclaro esto por lo de la xenofobia).

Emplea una retórica simplificadora, se aprovecha de un clima de desconfianza en las instancias mediadoras (poder legislativo, la prensa, la Iglesia, los sindicatos, etc.), y utiliza con inteligencia las tecnologías comunicativas.

Dice el reseñador que uno de los capítulos más interesantes es sobre el manejo de la verdad. Se borra la diferencia entre hechos y opiniones y la mentira no recibe castigo ni siquiera se juzga como tal (o sea que la populista miente descaradamente y no se le castiga, y se aprovecha para difundir sus mentiras por la internet).

También se alimenta el populismo de una situación de constante alerta del ciudadano ante las noticias, los actos de corrupción, que se exteriorizan de forma espontánea y emocional.

Hemos visto algunas consecuencias de cuando alcanza el poder, dicen. El deterioro institucional, el clientelismo, la perpetuación de los problemas y la jibarización (minimización) de la democracia a su aspecto “electoral”: en el populismo “un pueblo aritmético que representa una porción electoral se sitúa por encima de un cuerpo constitucional que cumple con una función representativa esencial sin la cual no podemos hablar de democracia propiamente dicha: proteger valores, derechos individuales y velar por el equilibrio de poderes intermedios”.

Poco hay que aprender del populismo: donde ha triunfado no ha solucionado los problemas de la democracia liberal, sino que ha puesto en peligro sus logros. Pero en otros momentos se exagera su amenaza (yo agregaría que los partidos tradicionales al ignorar el discurso populista se privan de una rica fuente de temas para sus propios discursos, y ya hablando en serio, no se toman el tiempo de abordar con seriedad los temas que el populismo recoge de la insatisfacción popular).

Hasta acá el resumen de la reseña mencionada.

Yo agregaría que el populista se alimenta de los miedos y necesidades del pueblo, los cuales, la clase política tradicional, acomodada en sus puestos de poder, no logra captar, y si lo hace, no le importa darles cauce en soluciones concretas: pobreza, delincuencia, alto costo de la vida, desempleo, corrupción, etc.

El populista es el fruto de un sistema podrido, no su causa.

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