Mundo.- Anyell Valdés le halló poco sentido a mirar los precios del menú, porque sabía que no tenía dinero ni intenciones de pagar la cuenta.
“Me enfoqué en lo que mis hijos querían comer, no en lo que costaba”, cuenta a Noticias Telemundo del otro lado del teléfono la madre cubana residente en La Habana.
El menú era un compendio de alimentos tan ausentes en los desabastecidos mercados cubanos, que por un momento, la mujer de 41 años y sus dos hijos gemelos, de 7, fueron presa de la indecisión.
Ella terminó ordenando la langosta en salsa. Los niños, la carne de res cocinada al estilo ropa vieja y tres Coca Colas frías lubricaron la cena hasta el estómago. “Una comida sabrosa, bien elaborada, que daba gusto comérsela”, describe Valdés.
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Línea entre pobres y ricos
Era 22 de febrero. Alrededor de las 6:00 p.m. El restaurante La Xana, uno de los miles que el estado cubano ha permitido privatizar en años recientes para recortar gastos y mantener a flote la maltrecha economía, convirtiéndolos en lugares para turistas y cubanos que reciben remesas, y dibujando cada vez más visible la línea entre pobres y pudientes en un país autodeclarado socialista.
Cuando llegó la hora de pagar, Anyell Valdés dijo a la camarera: “Tengo un grave problema. Yo entré porque los niños querían comer, pero realmente no tengo dinero”. El castigo fue menos grave de lo que esperaba: le tomaron una foto para vetarla del sitio y la dejaron ir.
Anyell Valdés dice que no se arrepiente de haber llevado a sus hijos gemelos de 7 años a disfrutar una cena que muchos cubanos como ella no pueden costear en los lujosos restaurantes que siguen privatizándose en la isla socialista. “Si mañana no tengo nada que darles de comer a mis hijos, me voy a meter en otro”, dice.