Redacción. Objeto de acalorados debates, los profesionales que revisan manuscritos para detectar estigmatizaciones o estereotipos, conocidos como «lectores de sensibilidad», son condenados por algunos autores, mientras otros que quieren estar a tono con los tiempos agradecen su trabajo.
Los «sensitivity readers» son parte desde hace años de la industria editorial anglosajona, en particular en la literatura infantil. Pero con movimientos contra la violencia sexual, como el #MeToo, o contra el racismo, como Black Lives Matter, se vuelven prominentes en todos los géneros. Y no todos están contentos.
Los revisores de sensibilidad acaban de ser ridiculizados tras el anuncio de que los libros de Roald Dahl o de Ian Fleming, autor de las novelas de James Bond. Han sido o serán reeditados con cambios para adaptarse a las percepciones culturales contemporáneas.
En la obra de Dahl, los personajes ya no son «gordos» o «locos». En la de Fleming, se eliminan las descripciones de personajes negros consideradas racistas.
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No tardaron en llegar las acusaciones de censura de quienes dicen temer una literatura aséptica, que edulcore el pasado y el presente.
«La gente dice eso pero no creo que entienda el proceso», dijo a la AFP Patrice Williams Marks, un lector de sensibilidad que reside en Los Ángeles.
«Si se escribe sobre una población o una comunidad con la que uno no está familiarizado y se quiere que sea auténtico entonces se busca un lector de sensibilidad que sea parte de esa comunidad y se le pide su opinión», explica.
Por otro lado, los autores «no están obligados a aceptar los cambios propuestos», especifica Lola Isabel González, otra revisora de textos también afincada en Los Ángeles.
«Arruinar nuestros libros»
¿Quiénes son estos lectores de sensibilidad?
En general se trata de editores independientes. A menudo pagados por palabra o número de páginas, y con estrictas cláusulas de confidencialidad, por autores o editores preocupados por la precisión de sus textos.
O, como acusan los críticos, para evitar a toda costa las consecuencias de una posible tormenta en las redes sociales en caso de un paso en falso.
Los revisores de manuscritos ofrecen varias especialidades en función de su origen, religión o experiencia. «Hijo de inmigrantes», «bisexual», «autista», «portadora de hiyab», «sordo», «experto en la cultura de China continental y en la de Hong Kong».
Para la autora británica Kate Clanchy, «hay buenas razones para regular la lectura de los niños: es fundamental y formativa».
No tanto así para los adultos, quienes «pueden dejar un libro si les molesta», argumentó el año pasado esta escritora. Ella estuvo en el centro de una controversia cuando acusaron sus memorias de racistas y discriminatorias.
La estadounidense Lionel Shriver, autora de la premiada novela «Tenemos que hablar de Kevin» (2003), es una de las voces más críticas contra los lectores de sensibilidad. Ella los llama «policías de la sensibilidad».
«La ansiedad constante ante la idea de herir los sentimientos de otras personas inhibe la espontaneidad. También, lastra la creatividad literaria», fustigó en el diario británico The Guardian en 2017.
Los editores «están haciendo un muy buen trabajo tratando de arruinar nuestros libros. También, nuestro disfrute como lectores», se quejó Shriver en el canal británico ultraconservador GB News el mes pasado.
En Francia, un país muy reacio a revisiones de textos, el ensayista Raphael Enthoven denunció en 2020 a estos «censores modernos» como «la vanguardia de la plaga de la identidad».