Redacción. Reino Unido se convirtió en el primer país en alcanzar un acuerdo comercial con Estados Unidos desde que la administración de Donald Trump desatara su nueva guerra arancelaria el pasado 2 de abril.
Exactamente un mes después, Washington ha logrado un pacto limitado con el gobierno británico, en lo que representa el primer resultado concreto de su estrategia de presión global.
El 9 de abril, Trump redujo temporalmente los nuevos aranceles del 25% al 10% para todos los países —excepto China— y dio un plazo de 90 días para renegociar acuerdos comerciales bilaterales. El objetivo: sellar pactos con al menos 17 socios antes del 9 de julio. Reino Unido es el primero en esa lista.
Para el gobierno laborista de Keir Starmer, este representa el segundo acuerdo comercial importante en una semana, tras cerrar otro con India. Pero en este caso, más que un gran avance económico, el acuerdo tiene un fuerte valor simbólico y político.
Un pacto con más gestos que sustancia
El acuerdo no elimina los aranceles generales del 10% que impuso Trump, pero sí introduce un sistema de cuotas para las importaciones de acero y automóviles británicos. Estas cuotas permitirían que ciertos volúmenes ingresen a EE. UU. sin pagar el arancel del 25% que fue anunciado el 12 de marzo. No obstante, aún no se conocen los detalles: ni el tamaño de las cuotas ni el tratamiento fiscal exacto que tendrán los productos que se acojan a ellas.
El aluminio, otro producto afectado por los aranceles, quedó fuera del pacto. En 2024, el 10% de las exportaciones británicas de este metal tuvieron como destino el mercado estadounidense.
A cambio, el Reino Unido accedió a suavizar su “tasa Google”, un impuesto digital que grava el 2% de la facturación obtenida en territorio británico por grandes empresas tecnológicas globales con ingresos locales superiores a los 25 millones de libras. Aunque no se han publicado los detalles de la modificación, se trata de una concesión importante para EE. UU., ya que esta tasa afecta de manera desproporcionada a empresas como Apple, Meta, Microsoft, Amazon y Alphabet, que aportarían más del 80% de lo recaudado por este impuesto.
La tasa fue introducida en 2020 por los conservadores y ha sido un punto de fricción entre Washington y sus aliados europeos. Silicon Valley mantiene vínculos estrechos con Trump y ha presionado para eliminar este tipo de tributos y evitar regulaciones como las impulsadas desde Bruselas.
Implicaciones políticas y fiscales para Londres
Además del alivio arancelario parcial y la modificación tributaria, el acuerdo también contempla una mayor apertura del mercado británico a productos agrícolas estadounidenses. Según Londres, esto no incluye carne tratada con hormonas ni pollo desinfectado con cloro, productos controvertidos que han sido vetados por cuestiones sanitarias en Europa. El sector farmacéutico y la industria aeroespacial británica también quedaron fuera del acuerdo, pese a los esfuerzos de Londres por incluirlos.
Para el primer ministro Starmer, el acuerdo tiene un peso político considerable. Ha mantenido contacto directo con Trump y le ha extendido una invitación a realizar una segunda visita de Estado, un gesto diplomático inusual. El pacto se anuncia a menos de dos semanas de una cumbre clave entre el Reino Unido y la Unión Europea, que podría marcar el inicio de una reconciliación post-Brexit entre Londres y Bruselas.
Sin embargo, no todo son buenas noticias para el gobierno laborista. La reducción en la recaudación fiscal derivada de la modificación del impuesto digital puede limitar aún más su margen de maniobra económico, justo cuando considera revertir algunas medidas de austeridad ante el auge electoral del ultraderechista Partido de la Reforma, liderado por Nigel Farage.
En paralelo, la posibilidad de un verdadero tratado de libre comercio entre Reino Unido y Estados Unidos —uno de los grandes sueños del Brexit— parece más lejana que nunca. Este acuerdo, más bien limitado, añade otro clavo al ataúd de esa ambición.
Por parte de Trump, el acuerdo tiene un valor propagandístico evidente. Aunque el impacto económico será modesto, le permite mostrar resultados en su cruzada arancelaria y presentarse como un negociador eficaz ante su electorado.