Redacción. El paso del tiempo no ha logrado borrar el dolor que vivieron decenas de familias la noche del 23 de diciembre de 2004 en Chamelecón, San Pedro Sula, al norte del país.
Lo que debía ser una víspera de Navidad llena de abrazos y reencuentros se convirtió en una de las masacres más crueles en la historia de Honduras. Aún veintiún años después, el sufrimiento de los parientes sigue latente.
Todo ocurrió en un autobús de la ruta Ebenezer–Tara–Tadeo–Maheco alrededor de las 7:30 de la noche. La unidad fue interceptada por sicarios de la Mara Salvatrucha (MS-13). Sin mediar palabra, los atacantes dispararon ráfagas indiscriminadas que terminaron con la vida de 28 personas.
Gritos y dolor: testimonios
La memoria de aquel día vive en el testimonio de personas como Jessie Guerra, quien apenas tenía cinco años cuando el destino la puso en medio del fuego. Ella recuerda con nitidez el momento en que el caos estalló mientras caminaba hacia la iglesia con sus hermanas y su madre.
Al escuchar los primeros disparos, su madre, en un acto desesperado de protección, las lanzó hacia el monte y les ordenó quedarse agachadas y en silencio. «Ese tiempo fue eterno y tormentoso», relata Jessie, asegurando que el eco de los gritos de las víctimas nunca abandonará su memoria.
En medio del pánico, su hermano de 12 años tuvo que sostener a su madre para evitar que se levantara a intentar ayudar a los pasajeros, pues el peligro era mortal.
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Ese mismo instinto de supervivencia salvó a Yami Guifarro, quien viajaba en el bus con su hijo de un año, cargada con la ropa nueva que acababa de comprarle para las fiestas. Durante el trayecto, notó que un turismo de color verde acechaba la unidad sin despegarse.
Una corazonada la obligó a exigirle al ayudante del bus que la bajara antes de llegar a la parada oficial. «Algo en mi corazón me decía: bájate ahora», recuerda. Apenas caminó unos metros hacia un lugar seguro, escuchó el estruendo de los fusiles y los gritos desesperados de auxilio, logrando esconderse con su pequeño hasta que su familia pudo rescatarla.

Horror
Para otros, el horror fue ver a sus seres queridos desde la distancia. Hanner Lara, quien entonces tenía 20 años, viajaba en un carro justo detrás del bus. Incluso llegó a saludar a su hermana, Mayra Villa, que iba como pasajera. Al llegar a la zona de los bomberos, presenció lo que inicialmente pensó que era un incendio por pólvora, pero pronto descubrió que eran sicarios rodeando la unidad y disparando a mansalva.
Hanner corrió hacia el bus sólo para ver a los criminales escapar y encontrarse con una escena dantesca de cuerpos sin vida. Su hermana Mayra sobrevivió milagrosamente a diez impactos de bala, pero las secuelas la persiguieron por siempre: cirugías constantes para retirar platinos de su rodilla, traumas psicológicos profundos y el abandono total de su hogar en Chamelecón.
El dolor también alcanzó a Ana León, quien vivió la tragedia a través de una pantalla. Mientras veía las noticias de última hora, reconoció con horror el cuerpo de su hermano tendido en el suelo. El impacto fue tan fuerte que su hijo de cinco meses, en brazos, comenzó a llorar desconsoladamente al sentir el estremecimiento y el miedo de su madre.
Mensajes escritos y sicarios condenados por masacre
Los sicarios dejaron mensajes escritos dirigidos al entonces presidente hondureño Ricardo Maduro (2002–2006) y a su ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, advirtiendo que la matanza era una respuesta a la política de «mano dura» contra las pandillas.
Por el crimen, Juan Carlos Miralda y Darwin Alexis Ramírez fueron condenados a penas que superan los 800 años. Asimismo, el 12 de mayo de este año, las autoridades capturaron en Villanueva, Cortés, a Álvaro Osiris Acosta Bustillo, conocido bajo los alias de «Snoopy», «Nike» o «Fantasma».
De acuerdo con las investigaciones, Acosta operaba de forma transnacional entre Honduras y Guatemala utilizando identidades falsas.

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Actualmente, «El Fantasma» guarda prisión preventiva en la cárcel de máxima seguridad. Aunque las autoridades avanzan en la proposición de pruebas, para los sobrevivientes y familiares, la verdadera justicia sigue siendo una deuda pendiente en un país donde las paredes abandonadas de Chamelecón aún guardan el eco de aquella noche de 2004.

