REDACCIÓN. En medio del creciente conflicto entre Israel e Irán, el presidente Donald Trump está considerando una acción militar directa: ordenar el bombardeo de la instalación de enriquecimiento nuclear de Fordo, una planta fuertemente protegida que solo una bomba estadounidense de gran potencia, la GBU-57 o Massive Ordnance Penetrator, podría alcanzarla, y únicamente puede ser lanzada desde bombarderos B-2, una capacidad que Israel no posee.
Trump evalúa esta posibilidad mientras enfrenta la presión del gobierno israelí, encabezado por Benjamin Netanyahu, quien ha insistido en que la destrucción de Fordo es clave para detener el programa nuclear iraní. Israel ya ha lanzado ataques preventivos sobre instalaciones en Teherán, alegando amenazas inminentes, lo que ha encendido aún más las tensiones en la región. Sin embargo, un ataque estadounidense marcaría una intervención directa en una guerra que, hasta ahora, Washington ha observado sin involucrarse plenamente.
La planta de Fordo: el objetivo clave
Fordo ha representado durante años uno de los puntos más sensibles del programa nuclear iraní. Enterrada profundamente bajo tierra, está diseñada para resistir ataques aéreos convencionales. La única arma en el arsenal occidental capaz de dañarla es la GBU-57, una bomba de 30,000 libras desarrollada por el Pentágono precisamente para este tipo de objetivos subterráneos. Esta arma se aprobó durante la presidencia de Trump, aunque su desarrollo se remonta a la administración de George W. Bush.
El problema recae en que su uso requiere no solo la voluntad política de Trump, sino también la participación directa de pilotos y aeronaves estadounidenses. Israel ha solicitado el acceso a estas armas en múltiples ocasiones, pero Estados Unidos nunca las ha entregado.
Según expertos en seguridad y exfuncionarios estadounidenses, si Fordo sobrevive a este conflicto, Irán conservaría la capacidad técnica esencial para volver a enriquecer uranio en el futuro, incluso si otras instalaciones han sido dañadas por los bombardeos israelíes. Eso hace que Fordo se considere “el corazón” del problema nuclear iraní.
La administración Trump ha explorado en paralelo vías diplomáticas. Informes señalan que su enviado para Oriente Medio, Steve Witkoff, y el vicepresidente JD Vance, han intentado abrir canales de comunicación con autoridades iraníes. No obstante, los avances han sido limitados. Mientras tanto, Trump publicó recientemente en redes sociales una advertencia contundente: “Todo el mundo debería evacuar Teherán inmediatamente”, lo que generó alarma internacional y dejó en el aire cualquier posibilidad de un avance diplomático inminente.
División política interna y presión del ala intervencionista
Dentro del Partido Republicano, la posibilidad de una intervención directa en Irán ha generado divisiones. Por un lado, figuras como el senador Lindsey Graham presionan para actuar, afirmando que si la diplomacia fracasa, “no debe quedar nada en pie del programa nuclear iraní”. Incluso ha sugerido que Estados Unidos debería volar junto a Israel y proporcionar las bombas necesarias, incluida la GBU-57.
Sin embargo, el ala antiintervencionista del partido, con voces como la de Tucker Carlson, advierte que involucrarse en otra guerra en Medio Oriente sería repetir los errores de Irak y Afganistán. “Si Israel quiere librar esta guerra, puede hacerlo solo. No con el respaldo de Estados Unidos”, escribió Carlson recientemente.
En el Pentágono también existen dudas. Algunos funcionarios creen que todo esfuerzo militar en Medio Oriente desvía recursos y atención de la contención estratégica a China, considerada la principal amenaza global a largo plazo.
Mientras tanto, Trump parece maniobrar entre dos caminos: amenazar con la fuerza para presionar un acuerdo, o preparar una operación que podría tener consecuencias geopolíticas significativas. Si la diplomacia no prospera y Trump ordena al bombardeo de Fordo, Estados Unidos se sumergiría en un conflicto de alto riesgo con Irán.