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martes, abril 29, 2025

El Sínodo del Cadáver: la Roma que juzgó a un papa ya muerto

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Redacción. En la Roma del año 897, una noche invernal, un rumor escalofriante recorrió las calles: en la Basílica de San Juan de Letrán se había convocado a un juicio insólito. El acusado no era un hombre vivo, sino el cadáver exhumado del papa Formoso.

El cuerpo inerte, ataviado con los ornamentos papales, fue colocado en un trono de madera. Formoso había fallecido meses antes y fue desenterrado para enfrentar acusaciones de herejía, ambición y perjurio.

Este evento, conocido como el Sínodo del Cadáver, no fue un acto aislado, sino el reflejo de una época turbulenta donde la violencia y la traición dominaban, y el poder trascendía la muerte.

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El juicio causó conmoción entre las personas de Roma.

La caída del Imperio Carolingio sumió a Italia en el caos, fragmentada en pequeños estados donde la nobleza romana luchaba por el poder. En ese vacío de autoridad, el papado se convirtió en un trofeo, con siete papas y un antipapa en un breve período (896-904), la mayoría de los que sufrieron exilio, violencia u olvido.

El periodo, el Saeculum Obscurum, vio cómo las intrigas políticas, la simonía y el dominio de familias aristocráticas como los Espoleto y los Teofilacto socavaron la independencia de la Iglesia.

Lucha de poder 

La elección de Formoso en 891 fue parte de esta lucha por el poder. Formoso, un hombre de astucia e inteligencia diplomática, se había enfrentado al duque Guido III de Spoleto. Así mismo, a su hijo Lamberto, quienes buscaban dominar Roma. Para contrarrestarlos, solicitó la ayuda de Arnulfo de Carintia, a quien coronó emperador en 896.

Sin embargo, Arnulfo enfermó y se retiró, dejando a Formoso aislado. El papa murió el 4 de abril de 896, en circunstancias sospechosas. Sin embargo, su sucesor, el papa Esteban VI, aliado de los Espoleto, ordenó exhumar el cuerpo de Formoso nueve meses después.

El Sínodo del Cadáver: papa muerto
El sucesor del papa le cortó los dedos.

En una escena macabra, las personas colocaron el cadáver en el Letrán, vestido con ropas papales, y juzgado. Un diácono prestó su voz al difunto en una especie de «esperpéntico número de ventriloquia». Su sucesor lo declaró culpable. Ante esto, le cortaron los dedos de bendición. Además, le quitaron sus ropas y lo arrojaron al Tíber.

Pero la venganza desató más violencia. El horror del juicio provocó una revuelta contra Esteban VI. Las autoridades lo condenaron a la cárcel y murió estrangulado. 

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