Redacción. Durante milenios, el té ha sido mucho más que una simple bebida en las culturas orientales: representa un ritual, una medicina natural y un elemento central de la vida cotidiana.
Originaria de China, esta infusión derivada de la planta Camellia sinensis se ha expandido por todo el mundo, conquistando paladares y despertando el interés de la comunidad científica por sus potenciales beneficios para la salud.
Hoy, el té es la segunda bebida más consumida en el planeta después del agua, con miles de millones de tazas preparadas diariamente en hogares, oficinas y cafeterías de los cinco continentes.
En el centro del debate contemporáneo sobre hábitos saludables, dos variedades destacan por encima del resto: el té verde y el té negro. Aunque ambos provienen de la misma planta, sus procesos de elaboración radicalmente diferentes les confieren propiedades, sabores y efectos distintos en el organismo.
Mientras el té verde se ha promocionado intensamente como un superalimento rico en antioxidantes, el té negro mantiene su posición como la variedad más consumida globalmente, especialmente en Occidente. La pregunta que muchos consumidores se plantean es inevitable: ¿cuál de los dos es realmente mejor para la salud?

El proceso marca la diferencia
La distinción fundamental entre el té verde y el té negro no radica en la planta de origen, sino en el método de procesamiento de sus hojas.
El té verde se produce mediante un proceso mínimo de oxidación: las hojas frescas se calientan rápidamente mediante vapor o en sartenes calientes, lo que detiene la acción de las enzimas y preserva su color verdoso original. Este tratamiento térmico inmediato conserva gran parte de los compuestos químicos naturales de la planta, particularmente los polifenoles y catequinas.
Por el contrario, el té negro atraviesa un proceso completo de oxidación que puede durar varias horas. Las hojas se marchitan, se enrollan y se exponen al aire, permitiendo que las enzimas transformen los polifenoles en compuestos más complejos como las teaflavinas y tearubiginas. Este proceso le otorga al té negro su característico color oscuro, su sabor más robusto y astringente, y modifica significativamente su composición química.
Entre estos dos extremos existe el té oolong, parcialmente oxidado, que combina características de ambas variedades.
El té verde: el poder de las catequinas
El té verde ha ganado reputación como bebida especialmente saludable debido a su elevado contenido de catequinas, un tipo de antioxidante polifenólico. La más estudiada y potente de estas catequinas es la epigalocatequina galato (EGCG), que representa aproximadamente el 50-80% del contenido total de catequinas en el té verde. Diversos estudios sugieren que estos compuestos pueden ayudar a reducir el estrés oxidativo en las células, un proceso vinculado al envejecimiento y al desarrollo de enfermedades crónicas.
La investigación científica ha encontrado asociaciones entre el consumo regular de té verde y diversos beneficios cardiovasculares. Algunos estudios observacionales sugieren que quienes consumen té verde regularmente pueden tener niveles ligeramente más bajos de colesterol LDL (el llamado “colesterol malo”) y presión arterial. Además, se ha investigado su posible papel en la mejora de la función endotelial, es decir, la salud del revestimiento interno de los vasos sanguíneos.
En el ámbito del control de peso, el té verde ha atraído considerable atención. Las catequinas, especialmente en combinación con la cafeína presente naturalmente en el té, podrían contribuir modestamente a aumentar el metabolismo y la oxidación de grasas. Sin embargo, los expertos advierten que estos efectos son generalmente pequeños y no sustituyen a una dieta equilibrada y ejercicio regular.
Propiedades del té negro: más allá de la oxidación
Aunque el té negro contiene menos catequinas que el té verde debido al proceso de oxidación, desarrolla sus propios compuestos bioactivos únicos. Las teaflavinas y tearubiginas que se forman durante la oxidación también poseen propiedades antioxidantes y han estado bajo investigación científica. Algunos estudios sugieren que estos compuestos pueden ofrecer beneficios cardiovasculares comparables a los del té verde, aunque actúan mediante mecanismos ligeramente diferentes.
El té negro ha demostrado en investigaciones su capacidad para mejorar la salud intestinal. Los polifenoles del té negro actúan como prebióticos, estimulando el crecimiento de bacterias beneficiosas en el microbioma intestinal. Un estudio realizado en la Universidad de California encontró que los compuestos del té negro eran demasiado grandes para ser absorbidos en el intestino delgado, pero que en el intestino grueso promovían el crecimiento de bacterias asociadas con un metabolismo saludable.

Respecto a la salud cardiovascular, múltiples estudios epidemiológicos han asociado el consumo regular de té negro con una reducción en el riesgo de enfermedades cardíacas. Una revisión de estudios encontró que beber tres tazas de té negro al día se asociaba con una reducción del riesgo de cardiopatía coronaria. Los flavonoides del té negro pueden contribuir a mejorar la función de los vasos sanguíneos y reducir la inflamación.



