Redacción. Despertar agotado, con falta de apetito o la mente dispersa, pese a haber dormido varias horas, es una escena cada vez más común. En tiempos en que relojes y aplicaciones muestran supuestos “puntajes de sueño”, la pregunta clave no es cuántas horas dormimos, sino cuán reparador ha sido ese descanso. Aquí entra en juego el sueño profundo: la fase menos visible del ciclo nocturno y, según la evidencia científica, la más decisiva para la salud física y mental.
El sueño profundo —también llamado sueño de ondas lentas o fase N3— constituye el núcleo reparador del descanso. Durante esta etapa, el cuerpo y la mente se restauran con mayor intensidad: se refuerza el sistema inmunológico, se consolidan los recuerdos y se producen hormonas esenciales, como la del crecimiento.
Un informe de la National Sleep Foundation explica que durante la fase N3 resulta más difícil despertar a una persona. “El organismo realiza la mayor parte del trabajo de mantenimiento y reparación. Por eso, sin suficiente sueño profundo, el cuerpo y el cerebro no funcionan al máximo”, señalan los expertos. En esta etapa predominan la regeneración celular y la depuración de toxinas cerebrales, procesos vinculados a la prevención de enfermedades neurodegenerativas, según estudios de la Harvard Medical School.
El ciclo total de sueño se repite entre cuatro y seis veces por noche, con cada ronda completa durando aproximadamente 90 minutos. Sin embargo, el sueño profundo se concentra principalmente en las primeras horas. Saltarse esa ventana significa perder calidad, aunque se sumen horas en la cama más tarde.
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Sueño
La calidad del sueño profundo impacta directamente el metabolismo, el sistema inmunológico y el rendimiento cognitivo. Por ejemplo, un estudio publicado en Psychoneuroendocrinology mostró que su déficit eleva los niveles de grelina (la hormona del hambre) y reduce la leptina (la saciedad), aumentando el riesgo de comer en exceso y subir de peso. Además, según Psychological Medicine, esta fase está estrechamente relacionada con la estabilidad emocional y menores tasas de depresión, y es crucial para la memoria, el aprendizaje y la producción de hormona del crecimiento, especialmente en niños y adolescentes.
Medir el sueño profundo no siempre es sencillo, incluso con tecnología avanzada. No obstante, expertos como Roger Washington, director médico de Sleep to Live Well Foundation, y la neuróloga Anne Marie Morse coinciden en que las señales cotidianas son los indicadores más confiables: fatiga persistente al despertar, dependencia de la cafeína, cambios de apetito, variaciones del estado de ánimo y dificultades cognitivas como problemas de memoria o concentración.
Dormir más horas no basta para saldar la “deuda de sueño”; solo el descanso verdaderamente profundo permite recuperar el equilibrio perdido. Cuando el agotamiento extremo se convierte en norma, podría indicar sueño profundo insuficiente y es recomendable buscar orientación profesional.

Claves para potenciar el sueño profundo
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Cuidar la higiene del sueño: Evitar cafeína y alcohol en las horas previas, limitar el uso de pantallas y mantener la habitación oscura y fresca. Técnicas de manejo del estrés, como meditación o respiración profunda, favorecen la calidad del sueño profundo, según el National Institutes of Health.
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Ajustar el horario nocturno: La mayor parte del sueño profundo ocurre en las primeras horas de la noche. Acostarse más temprano y atender señales de cansancio, como el bostezo, ayuda a maximizar esta fase, señala Roger Washington. “El cuerpo prioriza el trabajo más importante apenas nos dormimos”, afirma.
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Detectar trastornos subyacentes: La apnea obstructiva del sueño, más frecuente de lo que se cree, fragmenta el descanso e impide alcanzar suficiente profundidad. Fatiga y despertares frecuentes justifican consultar a un especialista.
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Revisar la medicación: Algunos fármacos, como ciertos beta bloqueadores o antidepresivos, pueden interferir con la fase N3. Es recomendable discutir con un médico si se sospecha que el tratamiento afecta el sueño.
La ciencia es categórica: no basta con dormir más; importa la profundidad y calidad del descanso. Priorizar el sueño profundo fortalece la salud física y mental, protege la memoria y mantiene el equilibrio emocional. Con pequeñas modificaciones en la rutina diaria y atención a las señales del cuerpo, es posible lograr un descanso verdaderamente reparador, traducido en más energía, claridad mental y bienestar a largo plazo.
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