Redacción. El sedentarismo se ha consolidado como uno de los mayores riesgos para la salud moderna, comparable, incluso, al tabaquismo. Mientras nuestro cuerpo está diseñado para moverse, la vida actual —largas jornadas frente a computadoras, uso constante de dispositivos electrónicos y trabajo remoto— limita drásticamente la actividad física diaria.
La falta de movimiento no es sólo un mal hábito: es un factor de riesgo independiente para enfermedades crónicas y problemas cardiovasculares. La inactividad física crónica promueve inflamación de bajo grado, acelera la aterosclerosis —el endurecimiento de las arterias— y envejece el sistema vascular, lo que predispone al desarrollo de insuficiencia cardíaca, trombosis y alteraciones metabólicas e inmunológicas.

Evidencia histórica
Un ejemplo histórico refuerza esta relación. En 1957, un estudio dirigido por Morrison en Londres comparó a carteros, que caminaban diariamente, con administrativos de oficina. Los carteros tenían mayor esperanza de vida; según los investigadores, “los carteros iban a los velorios de los administrativos”, una frase que refleja de manera cruda el impacto de la movilidad sobre la salud cardiovascular.
“El cuerpo que no se mueve literalmente se oxida”, explica el doctor Daniel López Rosetti, médico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y presidente de la Sección de Estrés de la World Federation for Mental Health. “La inactividad afecta simultáneamente los sistemas cardiovascular, renal, inmune y metabólico, acelerando el envejecimiento y reduciendo la autonomía funcional”.
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Datos globales
La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que el 31 % de los adultos y el 80 % de los adolescentes no alcanzan los niveles recomendados de actividad física. Para mitigar los riesgos asociados al sedentarismo, se aconseja al menos 150 minutos semanales de actividad física de moderada intensidad, que puede realizarse caminando, montando bicicleta, practicando deportes o realizando tareas recreativas adaptadas a la capacidad de cada persona.

El mensaje es claro: moverse no es únicamente un hábito saludable, sino una estrategia de supervivencia. Incorporar caminatas diarias o actividad física constante puede aumentar la calidad y expectativa de vida, preservar la autonomía y proteger la salud cardiovascular. En otras palabras, dejar de moverse puede ser tan peligroso como fumar, y la solución está al alcance de todos: simplemente ponerse en movimiento.



