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sábado, abril 20, 2024

LA ENTREVISTA: Saidy, rostro de #NoMás, una víctima y un mensaje de abuso sexual en niñas

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CORTÉS, HONDURAS. Saidy, la joven de 18 años que fue uno de los rostros de la viral
campaña #NoMás, víctima de abuso sexual a los cuatro años y a los 14, ha logrado con este movimiento sacar a la luz la pesadilla que muchas niñas en Honduras viven y han vivido.

La adolescente -de pelo rizado y personalidad rebelde- pertenece a la Red de
Mujeres Jóvenes Feministas, donde afirma que ha tenido un ambiente de confianza que le ha ayudado a desenvolverse: la fortaleza se manifiesta y las lágrimas ya no aparecen al contar su historia.

De allí la libertad de unirse a una campaña que ha sido considerada positiva por
muchos sectores, aunque no han faltado detractores que la cuestionaron desde
una perspectiva machista. Ella figuró con el impactante mensaje: «Yo no quería ser violada».

Rompiendo la inocencia

Jugar entre los cuartos y pasillos de la casa de su tía con su prima de cinco años, con quien tenía una alianza bien marcada a su edad, se había convertido en un pasatiempo para Saydi.

Con tan solo cuatro años, su vida se desarrollaba entre su familia: padres, tres hermanos, primos y tíos: cuenta.

Pero un día en el calendario de 2005, inició una historia de vejámenes hacia dos
niñas, dos menores que sólo sabían correr, reírse y disfrutar de la vida infantil,
relata.

Ese día, como era costumbre, llegaron los amigos de los primos mayores de Saydi. Eran adolescentes no mayores de 15 o 16 años, pero con la mentalidad destructiva hacia dos niñas a las que en esa oportunidad hicieron sus víctimas.

“A mí me cuidaba una tía y a mí me gustaba mucho ir donde ella, pero a partir de
su cáncer ya no nos ponía la misma atención. Allí tres amigos de mis primos lo
hicieron”, recuerda.

Sin embargo, las acciones de los “gigantes”, ante la mirada de miedo y confusión
de dos niñas, no terminaron esa vez: las aberraciones tardaron tres años en
acabarse basándose en las amenazas.

“Yo quería estar cerca de mi prima, y cuando ellos llegaban trataba de huirles,
pero ellos nos acorralaban y nos amenazaban con golpearnos y matarnos», enfatiza Saidy, tras afirmar que decidió quedarse en silencio, un silencio que se convirtió en
su aliado y su enemigo hasta la adolescencia.

Al final de los dos años siguientes, dos de los violadores cesaron sus acciones
instintivamente peligrosas, y uno lo siguió haciendo un año más. Ella estaba
cerca de sus ocho años.

Durante ese tiempo, las visitas a su tía eran ocasionalmente un infierno, hasta que
la señora falleció de cáncer sin enterarse nunca de lo que los amigos de sus hijos
hicieron y a quienes consideraba “personas de confianza”. Más adelante sus
primos -sin percatarse también- se fueron del país.

“Yo siempre fui consciente de que lo que estaban haciendo no era bueno. Mi
mamá me explicaba como niña sobre la sexualidad, pero por mi prima decidí no
hablar. Sentíamos que no nos iban a escuchar”, explica.

Según el informe del Foro de Mujeres por la Vida, durante dos años, 2016-2017, ingresaron 4,608 denuncias por el delito de violación a mujeres y niñas, a nivel nacional, representando el 51.7% de los diversos delitos sexuales que suman en total, 8,906 casos distribuidos de la siguiente forma: actos de lujuria (1,963), hostigamiento sexual (345), incesto (41), pornografía (57), proxenetismo (60), abuso sexual (50), estupro (1,108), explotación sexual (18), tentativa de violación y violación especial (656).

Entre la superación y el infierno

A los ocho años, las actividades de la escuela y la familia la mantenían ocupada.
Un año más tarde de haber terminado la secuencia de abusos, sus padres se
separaron. Prácticamente a ella le toco parte de la crianza de sus dos hermanos
menores.

Sin embargo, había expresiones y síntomas en aquella niña que no eran acorde a
su edad; la autoflagelación emocional desató brotes de rebeldía y tristeza, por lo
que tuvo asistencia psicológica, pero increíblemente nunca tocó el tema de la
violación.  El estigma y el silencio, arraigados en una nación conservadora y muy
religiosa, no son aliados para las víctimas de violencia sexual. Tal cual evoluciona
el testimonio de nuestra entrevistada.

Antes de los 14 años, ya había mejorado; el único apoyo que tuvo fue su
hermano, un niño que apenas comprendía lo que sucedía, pero que servía como
buen escucha para su hermana, quien durante todos esos años se reprimió tanto
dolor.

Sus visitas a la iglesia eran como entrar al seno de la inquisición: «me sentía
sucia»: afirma, ya que cuando el padre de la Sagrado Corazón de Jesús hablaba del
valor de la virginidad y la pulcritud antes del matrimonio, esta joven no lo resistía,
albergando sentimientos de culpabilidad ante hechos que nunca fueron su
responsabilidad. Pero esa sensación terminó cuando supo que el valor de una
mujer no está específicamente en lo que el sacerdote proclamaba ante sus
feligreses.

A pesar de todo lo anterior y como la misma vida lo exige, había que continuar.
Las obligaciones en el Instituto Técnico de Administración de Empresas (INTAE)
ocupaban parte de su tiempo, sin predecir lo que pronto se avecinaba.

Me metieron a una casa abandonada, me golpearon y abusaron

Era una mañana de lluvia en noviembre, las gotas se escuchaban sobre la carrocería de aquel autobús de la ruta 7. Su única pasajera era Saidy, por lo que el conductor decidió dejarla en una calle solitaria cerca de la central de abastos y cambiar de ruta.

“Me acuerdo que venía saliendo del colegio porque me había quedado en una
clase, por lo que me tocaba ir a recapitulación, pues normalmente para esos días
casi no había alumnos”, empieza narrando.

Tras bajarse del bus se quedó esperando cerca de la Central de Abastos en la 27
calle, pero nunca pasó otro. «Comencé a caminar por la calle de tierra en la
colonia Villa Ernestina”, agrega tras indicar que su única compañía era una fuerte
tormenta, el olor a tierra mojada y la frialdad de una calle vacía.

De pronto “comenzaron a seguirme dos tipos, yo estaba sola y no había nadie
afuera. No había muchas casas. Traté de correr, me alcanzaron y me amenazaron
que me iban a matar si lo hacía”, expresa mientras su mirada expresa el vapuleo
de los recuerdos silenciosos.

“Me llevaron a una casa abandonada, las paredes estaban malas, y comenzaron
a abusar de mí. Recuerdo que me golpearon y me golpearon, no sé si por el
mismo dolor me desmallé. Pero sí recuerdo que mientras uno me sostenía el
otro”, cuenta.

El rostro de Saidy se desencajó al traer a su memoria la salvaje agresión,
entrelazaba sus dedos como que fuera un acto natural de seguridad mientras se
expresaba con mucha valentía.

Al retomar la escena de esa mañana gris, revive aquellos golpes que en su cara y
su cuerpo quedaron marcados por semanas, la fuerza física de esos individuos se
apoderó de su fragilidad y terminaron su objetivo, dejándola abandonada. “Me
dejaron tirada allí, no me mataron, no era su objetivo”, precisó.

Al despertar, un líquido rojo emergió entre sus piernas mientras se reincorporaba a la
vida. Después de estar inconsciente por varias horas, los recuerdos de las
primeras agresiones sexuales invadieron su mente.

Pero al verse en ese putrefacto lugar, decidió avanzar e irse a su casa. Miedo y
soledad la invadían. «Me quedé pensando y estaba llorando, no sabía qué hacer. Tenía mucho miedo, estaba preocupada porque pensaba que me iban a
matar y me preguntaba también de por qué me hicieron eso», expresa.

Desde el 1 de enero hasta el 15 de octubre del 2018, el Ministerio Público informa que ha registrado 1,945
denuncias por distintos delitos sexuales, contra mujeres, a nivel nacional. 12 tipificaciones registradas durante
10 meses. Las mujeres más afectadas son menores de 17 años, representando el 66% de las víctimas; en
segundo lugar se encuentran las mujeres entre las edades de 18 a 35 años, con 21% de los casos; en tercer
lugar se presentan 9% de los casos pero de mujeres a las que no se les identificó la edad, en cuarto lugar las
mujeres entre las edades de 36 y 55 años, con 3.7% de los casos y en quinto lugar se encuentras las mujeres
mayores de 56 años, con 1% de las denuncias.

Cuando llegó a su casa, dice que el recibimiento no fue como esperaba; eran
pasadas las cinco de la tarde y sin poder explicar el terror que había vivido, sus
padres -indignados por las horas de su ausencia no autorizada – la castigaron. Para
ellos era una rebeldía de su hija, una irresponsabilidad el desaparecerse, no se
percataron de los golpes ni de las lágrimas derramadas.

«No me quisieron escuchar en ese momento porque estaban enojados, y traté de
explicar pero fue en vano», comenta. Sin embargo, un golpe recibió de su padre:
un hombre que por mucho tiempo actuó con violencia –verbal ante todo- y a
quien lo agobiaban los problemas con su exesposa, quien es ama de casa.

Saidy dice que se sentía morir: no encontraba respuesta ni apoyo, ni un abrazo
ni una salida, no podía expresar lo que le ahogaba por dentro, no tenía un paño
de agua tibia que amortiguara el dolor de los golpes que las bestias humanas le
propinaron. Fue su hermano -rememora- quien se le acercó, pero ella no quería
expresarse. «Volví a sentirme sucia, y caí en una depresión horrible. Estuve un
mes sin salir», explica.

Embarazo y aborto

Para la organización internacional Médicos Sin Fronteras, el acceso al tratamiento médico y psicológico de emergencia debe recibirse dentro de las 72 horas que siguen a la violación. Esto, para prevenir la infección con VIH y otras enfermedades de transmisión sexual como la hepatitis B y evitar los embarazos no deseados.

Mes y medio después de aquél abuso, esta adolescente estaba embarazada; una prueba
casera lo demostró. «Fue la parte más difícil porque estaba completamente sola».

«Al final al único que le podía contar era a mi hermano, pero no le podía decir. Me
estaba echando a morir», enfatiza.

Las frases últimas hicieron mella: «La depresión me siguió consumiendo de
manera bastante fuerte. Adelgacé demasiado, no comía nada y me preguntaba
¿qué iba a hacer con eso?, ¿qué iba a hacer con un hijo?. Estaba enferma, no me
levantaba ni para bañarme», recuerda.

A finales de febrero del siguiente año, dos meses y medio después tuvo un
sangrado y abortó naturalmente. «El mismo desgaste físico lo provocó. De repente me empecé a sentir muy mal con dolores horribles, me dio gran fiebre. Sentía que me moría, que me desgarraba por dentro, a las horas empecé a tener un poco de sangrado. Me
asusté mucho. Nunca había pensado en el aborto, decidí tenerlo», expresa con
exactitud al referirse a uno de los delitos penados con cárcel en Honduras, según
la legislación penal.

Por tal razón las organizaciones feministas abogan por la despenalización ya que
pone en riesgo la vida de niñas y mujeres, como sucedió en este caso.  Los
embarazos por violación sexual es una de las causales pro aborto. El de ella no fue
inducido, pero fue un proceso doloroso y peligroso, y como ya estaba marcado en
la vida de esta adolescente, el silencio volvió a figurar.

«A mi madre le dije que me había venido la menstruación», por lo que sus padres
no se enteraron de que su primogénita estaba desangrándose durante un lapso
de 12 días. «Mis papás estaban muy interesados en sus problemas. Yo traté de
seguir».

Intentos de suicidio

Según datos del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), los casos de suicidio en Honduras han aumentado en un 36.2% en comparación al año pasado. A esta altura en 2018, los casos de muerte autoinfringida habían alcanzado la cifra de 58 víctimas. Mientras que en lo que va del 2019, se han registrado más de 70 casos.

Sin embargo, en Honduras hay una precariedad, ni siquiera se visualiza un sistema de emergencia en salud mental, aunque se debe adjudicar parte del presupuesto de la Secretaría de Salud, lo que para casos como el de Saidy es grave. Por lo que la depresión siguió carcomiendo su espíritu por varios meses: se cumplieron al rededor de cinco y ella no veía una salida, hasta que la idea del suicidio fue la única razón.

«Lo intenté en varias ocasiones y tengo estas marcas»….. extiende sus brazos y líneas gruesas, rosadas, de distintos tamaños se ven en sus antebrazos. Las puntadas ya sanadas no demeritaban la intención de esta joven que a finales de 2018, por sexta vez intentó quitarse la vida.

La época navideña en diciembre no la alentaba en el transcurrir de sus días. Una noche estaba quedándose en la casa de una amiga. A la mamá de ésta la acababan de operar y Saidy se comprometió a cuidarla. Sin embargo, cuando tanto madre e hija no estaban en la casa, ella narra que le dio un cuadro de euforia.

«Me quedé sola en la casa, mi amiga iba a llegar hasta como a las once de la noche y yo estaba en una crisis bastante fuerte. Yo había estado en los últimos tres o cuatro días que no quería estar sola porque estaba a punto de entrar en crisis. Hay momentos en los que me dan. Estaba encerrada en el cuarto llorando, pero me quedé completamente sola».

Pero ¿qué es una crisis?: «Una tristeza muy profunda acompañada de ataques de pánico y de ansiedad a la vez, dolores de pecho que se queda sin respirar. Son como unos ataques de euforia. Nunca me había una así. Quería salir corriendo gritando. Recuerdo que comencé a llorar , a gritar. Y se me metió a la cabeza que no quería seguir así, ya me cansé de vivir así».

«Comencé a buscar por todas partes algo con qué hacer me daño, los cuchillos no tenían filo pero encontré una prestobarba, le saqué las navajitas y comencé a cortarme, y cuando intentaba darme las cortadas finales perdió el filo. Yo quería que todo terminara en ese momento».

No es como muchos dicen que el que se quiere suicidar lo hace y ya y no sobrevive: «Yo sí tenía ganas de morir». Esto, haciendo alusión a que la mayoría de la población señala o critica con mucha ignorancia sobre los temas de salud mental.

Ella estaba en un charco de sangre. «Me quedaba viendo y se miraban los tendones, fue en ambos brazos. Llegó un punto en que ya no tenía fuera, sentí adormecimiento y luego me sentí mareada, cuando menos acordé estaba en el charco de mi propia sangre», entre las cuatro paredes de un baño aproximadamente a las diez de la noche.

Antes de eso, ella cerró todas sus redes, sacó el chip de celular y no quería que nadie la contactara.

Todo aquello sigue siendo un mal recuerdo para Saidy, quien con la atención médica y sus propósitos de vida sale adelante en un país donde la mayoría de los casos de violación sexual denunciados sólo llenan las gavetas del Ministerio Público.

Por lo que ahora ahora es importante trabajar en la prevención. De tal forma que esta joven trata de ayudar a que su historia no se repita en otras niñas. Eso es precisamente lo que quiso hacer al participar en la campaña “#NoMás” y #YoNoQuieroSerViolada», de las que le ha quedado una reflexión.

“Es lamentable que (en esa campaña) sólo miren el objeto -un bloomer- y no el
mensaje, el cual es para visibilizar el flagelo y se dirige a todas las víctimas de
depredadores sexuales, y no precisamente para hacerles conciencia para no
violen”.

Como afirma esta chica, la violencia sexual sólo se puede erradicar con educación
desde las casas y las escuelas.

«Es importante que a los niños se les enseñe a respetar y a que no está bien tratar
como objetos a las mujeres”, enfatiza quien define el movimiento político y social
feminista como un empoderamiento y forma de descubrir el “amor a mí misma y
amor para las demás mujeres también”.

Foro de Mujeres por la Vida, Tribuna de Mujeres Gladys Lanza, la antes mencionada Red de Mujeres Jóvenes Feministas, el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos en Honduras (Codeh), la Colectiva de Mujeres Hondureñas (Codemuh), Feministas en Resistencia – Honduras y el Colectivo Feminismo Libertario: son algunas de las organizaciones que le puede brindar apoyo si usted atraviesa una situación como la contada en esta historia.

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