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jueves, abril 18, 2024

Opinión de Rodolfo Pastor Fasquelle: La utilidad de la incoherencia y la vulgaridad para asustar (2/3)

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Rodolfo Pastor Fasquell. – Digan lo que quieran, a me gusta el inglés. Lo aprendí joven y bien, con todo y su historia. Aprendí a escucharlo en la comedia y en la tragedia de Shakespeare, que es difícil. El léxico inglés es el más rico de todas las lenguas modernas porque, en manos de la gente común, ha impulsado la creación y la asimilación de miles de palabras nuevas o importadas, mientras que otras lenguas, custodiadas por sus Academias, han pretendido mantenerse virginales y castas de cualquier contaminación o asimilación. Esa riqueza de la dicción le da al Ingles sutileza, facilidad para la ironía, para el juego de palabras y doble sentido, elegancia, gracia

Antes de entrar a la política, el joven Trump hablaba un inglés fluido, con acento, no culto pero articulado. Ya no. No sé si en otras latitudes, en America Latina, poca gente se habrá dado cuenta de que no habla inglés cabal Trump. Usa un dialecto, una jerga, supongo que neoyorkina. Una jerigonza como de idioma atávico, muy primitivo y desarticulado que, para énfasis, por ejemplo, recurre a la repetición. De tal suerte que, si quiere decir que algo es malísimo, Trump no dice que es very bad ni extremely bad, si no que bad bad…Y si quiere decir muy, dice very very. (El maya hacia eso, incluso en su jeroglífica.) Combina esos signos con gruñidos. Sus imágenes son igualmente rudimentarias e hiperbólicas a la vez. No dice que la reunión con Kim despierta expectativas, que aburrido, dic ¡hay excitación en el aire! No sirve redundar en ejemplos, seria seguirle la corriente.

Según miden expertos, por la forma en que construye con ese vocabulario escaso, D. Trump habla el inglés de un niño poco aventajado, de ocho años de edad. (Lo que lo convertiría automáticamente en un retrasado mental. Aunque él se autocalifica de genio.) Pero no deberíamos burlarnos dicen, como venimos haciendo desde antes que fuese electo, porque esa aparente discapacidad lingüística de repente es una clave de identidad que comparte con muchos millones de electores no educados que lo votaron e hicieron Presidente, un código de casta.

Una ¿musaraña lingüística?  (Trump no es el idiota que aparenta ser, recuerda a esos autistas que pueden tocar magistralmente un concierto de piano.) Ha amasado una fortuna formidable, que no se puede atribuir únicamente a la evasión de impuestos. Pero habla inglés como los más rústicos de su hueste, de hecho, como el migrante que se esfuerza por aprenderlo, un taxista haitiano, sikh, o nigeriano. Quizá -es una paradoja- esa media lengua se origina precisamente en el trauma de la migración en Nueva York Babel, su base. ¿El tartamudeo soez logra de esa manera salvar la distancia entre el mogul y la plebe que lo sigue y gruñe con él?

¿Qué más quieres? No solo no se exige a si mismo coherencia, si no recurre sistemáticamente a la incongruencia. Habla para que lo aplauda su rara base política, que es una red de magnates irredentos y una hueste de rednecks asustados. Cualquier gesto de caballerosidad sobra, cualquier gentileza esta fuera de lugar. Mira ¡es igual de bestia que tú! ¡Igual de torpe y grosero para hablar!

No es solo la forma, las cosas que Trump dice lo retratan de cuerpo entero como un penco. En sus tuits a menudo enredados después de editados, Trump desahoga su frustración con asuntos públicos pendientes e insulta a mansalva a sus opositores, se burla de todos, calificándolos de tramposos, cobardes, mentirosos adjetivos que le calzan a él a la perfección y los reta a peleas de puño cerrado. De verdad, ¡el Presidente de EUA! Con el tuiter puedo sacarle a ver… la mier… a la gente, se ufana diciendo I can beat the crap out of people. (Robert Draper, Secretary of Offense, The New York Times Magazine, abril 23, 2018, p. 39) Y ese es su estilo de comunicación corriente. Nada que ver con la caballerosidad del hombre de estado, o el garbo del líder.

Puede ser obsequioso proponiéndoselo, empero de ordinario D.T. es un bully, ofensivo, maltrata a sus mismos colaboradores más cercanos con referencias denigrantes y burlas, como para mantenerlos humillados, amedrentados o ensayar un atraco y rutinariamente rompe en pedacitos los documentos oficiales que caen en sus manos, como si así se deshiciera del problema, limpiara o borrase el archivo, y otros tienen que reconstruirlos.

El habito de insultar es viejo (data públicamente desde los ochentas) y el defiende esa malcriadeza diciendo que es un acto de sinceridad y un ejercicio del derecho a la libre expresión, decir lo que siente y cree. Antes lo defendían abogados mafiosos Cohn, Cohen.  Ahora lo defienden dos o tres asesores apaniguados, lo condena el mundo, incluidos correligionarios y contribuyentes.

Quizás no tenga propiamente discurso. Pero además el lenguaje con que nos expresamos refleja inevitablemente la forma en que pensamos, por lo cual hay que cuestionarse si ¿Trump piensa?  Aunque por supuesto calcula se expresa en el desplante, el disparate, y la fuga.  Al parecer no piensa en el nuevo Eje Ruso-chino-hindú. Ni en el efecto deletéreo de su agresividad con sus mansos aliados. Sobre esos temas tiene ideas fijas y las vierte con toda mordacidad. Lo que ya tienes resuelto no lo pensas.

Cuando Trump piensa, cuando el mismo dice que está pensando muy seriamente, es porque tiene alguna duda. Está pensando, dice la semana pasada, muy seriamente acerca de perdonar a Muhammad Ali, un boxeador que debe haber cometido un delito atroz, pero que hace tiempo fue castigado y murió, como otros a los que ha perdonado, aunque el propio abogado del legado de Ali advierte que nadie gana nada con ese perdón presidencial. Los boxeadores son sus modelos. Los ha admirado siempre. Los ha patrocinado, claro para hacer negocio. Admire más que a nadie. Su agresividad. Su gana de golpear. Su instinto asesino. En el fondo es lo que se necesita según Trump. Para prevalecer. Si no tienes eso, no vales nada. The killer instinct. Hay que dar miedo.

En el corto plazo lo han protegido el apoyo continuado de los conservadores (acaba de perder el de los Koch), los beneficios de sus políticas ambientales permisivas, cada día más insostenibles y los réditos políticos de su ostentosa demagogia xenófoba, que le levanta las hormonas a la masa amorfa de sus seguidores igualmente ignorantes. Trump tampoco, aunque le ayude Mel, va a detener la globalización. El capital va a decidir dónde se va por razones estructurales. Ya comenzaron la deflación (el precio de productos emblemáticos del agro estadounidense, como la soya ya se desplomó) y la inflación provocada por su proteccionismo. Veamos como jinetea el Chele los brincos que se avizoran de las represalias en el mercado y de la inteligencia que le va perdiendo el miedo. Para darle de su propia medicina, EUA está a punto de perder mucho dinero y será culpa de las bravuconadas de D. D.T.

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