Redacción. Luis Redondo se convirtió en el inesperado protagonista del partido entre la selección de Honduras y la de Antigua y Barbuda, por las eliminatorias al Mundial 2026.
El presidente del Congreso Nacional sorprendió a propios y extraños al aparecer en el sector popular del Estadio Nacional “Chelato Uclés” como un aficionado más, cargando un bombo —como solía hacerlo antes de su vida política—, vistiendo la camiseta de la selección y con un pañuelo rojo en la cabeza.
Tras suspender la sesión legislativa del día, Redondo se trasladó al coloso capitalino para apoyar a la “H”. No obstante, su aparición no pasó inadvertida: usuarios en redes sociales denunciaron que llegó acompañado de más de una veintena de guardaespaldas vestidos de civil, distribuidos estratégicamente por todo el estadio.
El rumor fue confirmado por el periodista deportivo Orlando Ponce, quien estuvo presente en el estadio como narrador y comentarista.
“Ayer vi un gran despliegue de seguridad en el estadio. Una gran cantidad de guaruras, porque reapareció Luis Redondo. Se fue a sol como para querer demostrar que es una persona pobre y no lo es. Es una manera de mentir porque él debería estar en palco o silla porque ya dejó de ser pobre”, criticó el cronista en su programa radial y televisivo.
En las afueras, los vehículos de lujo en los que se transportaba también llamaron la atención del público.
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¿Eran militares?
Las críticas se intensificaron al conocerse que dos hombres que acompañaban al congresista —y que sostenían su bombo— serían presuntamente oficiales del Ejército en servicio activo. Aunque no ha habido confirmación oficial, el señalamiento encendió alarmas.
Una de las voces más duras fue la de la diputada Suyapa Figueroa, quien cuestionó en X el papel de las Fuerzas Armadas:
“Viendo esta imagen. ¿No habrá ni 100 con dignidad en las FFAA? En lo que los convirtieron los refundadores, en niñeras de los antojos de un ridículo”, escribió.
La imagen de Redondo como “barrista” puede parecer un gesto simpático, pero cobra otra lectura cuando se mezcla con posibles privilegios militares y despliegues de seguridad dignos de una figura presidencial.
En tiempos donde la ciudadanía exige transparencia, austeridad y coherencia en el uso de los recursos públicos, este tipo de actos —más performáticos que auténticos— ponen en duda el verdadero compromiso de los líderes con la institucionalidad.