Honduras ocupa los primeros lugares negativos entre los países de América Central, del continente americano y hasta en escala mundial: el primero en corrupción y homicidio; el segundo en pobreza, desigualdad social y atraso; el tercero en vulnerabilidad al cambio climático.
Decir esto ya no sorprende ni causa desazón en nuestra sociedad, porque, así como la costumbre hace ley, también encallece la sensibilidad social, por no decir los valores patrióticos. Los hondureños también somos campeones en cortedad de la memoria histórica y en liviandad del análisis crítico.
Con el avance del arte publicitario, ahora tenemos dos Honduras contrapuestas: una empeñada en los cosméticos del mercantilismo informativo y de la propaganda, para uso oficial, y otra centrada en la denuncia irreverente, en la protesta y el cuestionamiento colectivo.
Son los extremos que hacen marco a la formación de la opinión pública, lamentablemente con un espacio enrarecido para el debate. Un espacio que el gobierno, el régimen, ha tratado de cubrir –a manera de basura bajo la alfombra– con el “diálogo” nacional pirujo, apoyado en la diplomacia desde arriba mediante el concurso diligente de la OEA.
Cumpliendo la estrategia del continuismo, que requiere de una intensa figuración personalista, el ciudadano presidente Juan Orlando Hernández ha aprovechado la comparecencia en la asamblea general de la ONU de los jefes de Estado y de gobierno -y la histórica visita del Papa Francisco- para rasgarse las vestiduras por la inclemencia climática.
Demandó de los Estados poderosos –principales responsables del cambio climático irreversible– la indemnización por el daño de la sequía exagerada en los países pobres más afectados, entre los que Honduras ocupa el tercer lugar. Se reunió aparte con el secretario general Ban KI-moon para reiterar esa petición, pero se olvidó de pedirle la CICIH para combatir en su gobierno la corrupción y la impunidad, que es un desastre inmensamente mayor que el fenómeno de El Niño.
No lo hizo así, contrariando la voluntad popular expresada sin cansancio en las calles de todo el país con “marchas de las antorchas”, porque ya estaba en el libreto de la comedia del “diálogo” otra escena, la de la entrega, por parte del secretario general de la OEA, Luis Almagro, de la propuesta SIHCIC para conservarle al Ejecutivo el control del Poder Judicial con mimético ropaje de reforma judicial.
El otro lugar deletéreo, el de la pobreza, la desigualdad social y el atraso, ya está resuelto, para gloria del régimen, con la privatización a ultranza –neoliberal–, la desarticulación del Estado con las Zonas Especiales de Desarrollo Económico y Social (ZEDES) y las empresas público-privadas, sustitutos legalizados de la expoliación del patrimonio nacional y el enriquecimiento ilícito.
