Redacción. Cada Semana Santa, miles de hondureños y turistas se maravillan ante las coloridas alfombras de aserrín que cubren las calles de Comayagua y otras ciudades del país.
Pero ¿cuándo comenzó esta tradición en Honduras? Según el historiador Rubén Darío Paz, la primera alfombra de este tipo se elaboró en 1963, específicamente en la ciudad de Comayagua, antigua capital del país y epicentro de la religiosidad católica nacional.
«Para 1963, una familia de apellido Zapata arrancó justamente en Comayagua… donde hay un remanente religioso muy fuerte», explicó Paz. La ciudad, que alberga la catedral colonial más grande del país, se convirtió desde entonces en el corazón de esta expresión artística y espiritual.
Una década después, en 1973, el arte de las alfombras cobró mayor fuerza con la participación de otras familias, que comenzaron a decorarlas no solo con aserrín teñido, sino también con flores, frutas y otros elementos naturales.
«Esto se ha convertido en una tradición… las alfombras de Comayagua ya revisten su interés turístico a nivel nacional», afirmó el historiador en HRN, comparando su relevancia con las campanadas del reloj de Comayagua cada 31 de diciembre.
Creación de las alfombras
El arte efímero de las alfombras hondureñas tiene sus raíces en España, sobre todo en regiones como Sevilla y Málaga, pero ha logrado adquirir una identidad propia.
«La belleza que han alcanzado es enorme, así como la organización… porque en la elaboración de cada una participa la familia», señaló Paz. «También es un punto de cohesión, incluso ya por generaciones», añadió.
Más allá de Comayagua, la tradición se ha extendido a ciudades como Tegucigalpa, Santa Rosa de Copán, Santa Bárbara, Trujillo, La Ceiba y hasta a comunidades pequeñas como Ojos de Agua y Corquín. En cada rincón, las alfombras se han convertido en una manifestación de fe, arte y comunidad.
«Esto es más que devoción, es cultura viva… un homenaje póstumo a la muerte, pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo”, resaltó el historiador. También lamentó que aún no se haya impulsado la declaración de estas alfombras como Patrimonio Cultural Inmaterial ante Naciones Unidas.
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Honduras ha encontrado en esta tradición no únicamente un motivo de orgullo, también un lazo que une generaciones en torno a la fe, el arte y la memoria.