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martes, julio 16, 2024

Populismo

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Desde hace algún tiempo, pero actualmente con mayor énfasis, se recurre a la condenación de “populismo” contra los partidos de oposición, lo mismo que hacia las corrientes de resistencia política y social, entre los que sobresale el Movimiento de Indignados.

Con diferentes matices y disfraces, el oficialismo continuista —y los sectores que desde la esfera civil y religiosa lo apoyan y/o promueven— recurren, de manera peyorativa, a la “acusación” de populismo para desacreditar cualquier demanda de democratización o de cualquier reivindicación política y social, hasta el extremo de considerar estos reclamos como siembra de odio y de divisionismo en la nación hondureña.

Para el caso, un tal pastor evangélico ordena, desde su sitial monárquico eclesial, que “los partidos deben dejar de ser populistas y dejar de buscar intereses personales”, advirtiendo a la vez “que es importante que los jóvenes (ésos que marchan indignados con antorchas en la mano) no se dejen manipular por la ideología y deben amar a su país”.

Acto seguido el comercial: “Nosotros tenemos la responsabilidad de transmitir la paz y el amor… Necesitamos entrar en una conciencia social, no de ser herméticos ni tampoco sectarios sino mejor pensar en Honduras”. Una arenga puramente populista, exactamente en el sentido malicioso que el mismo predicador le da a este término.

Sin meternos en el zarzal del análisis  de las diferentes nociones de populismo —todas ellas de forzosa naturaleza ideológica y que abarca las izquierdas y las derechas políticas—, esta censura de populismo va mucho más allá de la demagogia local, y, por supuesto, su alcance—ideológico, que no nos engañen—es  de defensa del régimen totalitario, unilateral y corrupto, implantado en Honduras, en el contexto de una fuerte determinación hegemónica por lo menos a nivel continental.

Tiene que ver, naturalmente, con el problema básico de la crisis de la representación democrática, de la soberanía popular, de cara —en el terreno del poder eclesiástico— a la Teología de la Liberación y la Doctrina Social de la Iglesia Católica que el Papa Francisco ha puesto en escena respecto al “imperialismo del dinero” y en la búsqueda de una relación más directa, democrática, del mando espiritual y con la soberanía terrenal correspondiente al pueblo.

Se ve en esto el choque ideológico entre la Iglesia apostólica y romana y la Iglesia unilateral, de estructuración bizantina, de poder absoluto, imperial, que en la modernidad se resuelve en el fascismo, con su instrumentación de  conceptos totalitarios de “seguridad”, militarización, guerra justa, guerra preventiva, cero tolerancia, en lo político, y de neoliberalismo en lo económico.

Para lograr esto es necesario, indispensable, el control de los medios de comunicación y de la información. Así se explica la admonición evangélica de que “muchas personas que tratan de influenciar el odio, el desprecio y la amargura, han utilizado estos medios tan influyentes para poder transferir odio a la sociedad”. Un claro y enérgico llamado a la censura informativa y a la abolición de la libertad de expresión.

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