«En la pandilla ni Dios los salva»: Relato de marero salvadoreño

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REDACCIÓN. «En la pandilla ni Dios los salva, porque el número es lo más sagrado que hay», empezó relatando un pandillero originario de El Salvador.

De acuerdo a lo dicho por el entrevistado, si un integrante de pandilla accede a quitarse el número, los demás lo miran como traición porque hay un dicho que reza allí, «la paga de la traición es la muerte». Además reveló que andan en droga o se hunden en los vicios, la pandilla lo mata porque lo ven como alguien inservible.

Al mismo tiempo, detalló que que los miembros de las bandas criminales no pueden apuntarse con un arma, mucho menos matarlo, porque si no , se atiene a las consecuencias. «Si la pandilla domina tal lugar, ya no puede robar en ese lugar, es prohibido y hay castigo por eso.

«Si un miembro de la pandilla decide desobedecer las órdenes, la pandilla se encarga de quitarlo o matarlo», apuntó el sujeto que opera en un pandilla del barrio 18 del hermano país centroamericano.

Más de 2.500 pandilleros menores de edad han sido capturados por la Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador entre 2015 y 2016, según un artículo del diario local ‘El Mundo’. Un promedio de casi seis miembros de agrupaciones ilícitas son detenidos diariamente por delitos como tenencia de armas de fuego, intento de homicidio y asesinato. Según el informe, más del 70% de los detenidos tienen entre 18 y 30 años.

Las pandillas salvadoreñas, entre ellas, Mara Salvatrucha y Barrio 18, han declarado la guerra abierta a la Policía en respuesta a una operación iniciada por el gobierno el año pasado, recoge el portal Terra. Los agentes patrullan ahora barrios controlados por las pandillas. Los ciudadanos de a pie tomaron las armas para perseguir a los delincuentes.

En respuesta a las acciones del gobierno, las pandillas abrieron campos de entrenamiento en las montañas y comenzaron a atacar activamente a la Policía y al Ejército.

Según Jeannette Aguilar, una salvadoreña experta en pandillas, el conflicto ha logrado provocar psicosis y paranoia dentro de la Policía, lo que daña la ya baja moral del cuerpo. En El Salvador, las fuerzas de seguridad ganan tan poco (unos 425 dólares mensuales), que no tienen más opción que vivir en los barrios que son controlados por las pandillas a las que combaten.

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A menudo, por temor duermen en las comisarías para no poner en peligro a sus familias. Muchos de ellos abandonan el cuerpo policial y emigran. Miles de salvadoreños se han desplazado hacia los Estados Unidos, en un éxodo que alcanza cifras similares a las obtenidas durante los años ochenta, cuando la región afrontaba varias guerras civiles.

Sin embargo, EE.UU. deporta a muchos de ellos, reintegrándolos a la vida delictiva en su país de origen, convirtiendo el proceso en un círculo vicioso.