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viernes, abril 19, 2024

Opinión de Héctor A. Martínez: Prensa y una semana encerrado

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Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo).-Las crisis sociales, así como pensaba Emerson sobre la guerra, sirven para educar los sentidos y la agudeza crítica. Las crisis nos ayudan a sumergirnos en las aguas de la realidad y a percibir lo que, en circunstancias cotidianas, no detectaríamos dado la rutina epidérmica y  el acomodo doméstico con los que se sucede nuestro día a día.

La reciente crisis política en Honduras ha encendido las alarmas, alertándonos sobre la necesidad de transformar profundamente no sólo la democracia, sino también las instituciones con las que nos relacionamos para hacer llevadera nuestra existencia. Como una vieja cicatriz que se abre ante un nuevo golpe, la crisis del 2017 ha vuelto a agrietar la base solidaria de nuestra sociedad que había sido, en cierta medida, amalgamada con algún recelo fraterno, después de los sucesos de aquel junio del 2009.

Aunque parezca cosa de locos, la verdad es que esta nueva crisis ha sido concebida y trazada como un plan casi perfecto por quienes acuerparon la candidatura reeleccionista, dejándonos enseñanzas de suprema valía para quienes gustamos de ver el desenvolvimiento de la realidad y el devenir histórico, liberados de las ideologías y los simplismos mediáticos que terminan por desorientar al público ávido por conocer la verdad de los sucesos.

En las pasadas refriegas electorales, encerrado en mi casa, bien por los toques de queda o por las tomas de las carreteras, he experimentado el papel fundamental que juegan los medios oficialistas en la conducción psicológica de las masas, al  recrear un entorno que modela y exhibe dos condiciones fundamentales para mantener el equilibrio del poder –ya tambaleante-: lo que se necesita que se vea y lo que se debe ocultar para que no se vea. Los acontecimientos políticos del país, fueron mostrados con bastante proclividad decantada hacia el lado del gobierno, abucheado por la notoria influencia en el conteo de los votos del 26 de noviembre, y por los aparentes amaños con los que el Tribunal Electoral manejó los comicios que, en principio, daban la victoria al candidato de la oposición.

La notoriedad de las primeras planas en los tabloides, o los contenidos de los noticiarios, editoriales y columnas, exhibieron una marcada tendencia hacia el lado donde el poder apelaba a que la atención nacional se dirigiese. Así, por ejemplo, las tomas de las carreteras eran “producto del vandalismo”, o de la acción delincuencial de “criminales organizados en pandillas”.

Esos sucesos ocupaban un pequeño espacio en los formatos o -en el caso de la radio y televisión-, un tiempo lo suficientemente corto como para no ahondar en el problema. Los reportajes apostaban a que apreciáramos los efectos de la crisis en el comercio interno y en la libre movilización de los trabajadores, no a los cuestionamientos del más o menos –asumimos que de un más-, del cincuenta por ciento de la población que se sintió defraudada por los resultados de las elecciones, nada claros hasta el momento.

Los medios de comunicación han jugado ese papel preponderante que los marxistas han señalado desde los albores de la Teoría, a saber, de ser el entramado ideológico que legitima todas las intenciones del poder absoluto, bien para que un público las acepte como irremediables, y para que aprendamos a movernos en escenarios en los que pareciera no existiese detrimento en la economía doméstica, el empleo o el entretenimiento hedonista de las masas. Los medios oficialistas apuestan, incluso, a subvertir la realidad, impregnando los hechos de viñetas coloridas, y de imágenes con matices seductores, que buscan acomodarse  sutilmente en nuestra psique, desvirtuando toda posibilidad de crítica que atente contra la estabilidad del gobierno.

A ello ayuda con bastante particularidad, el caos que propugnan las redes sociales, donde se disemina toda suerte de información, la mayoría partidista y particularísimamente subjetiva, y con escasa visión sobre los hechos y los fenómenos sociales. La anarquía que propician las redes sociales y los colaboradores oficialistas instalados en los call centers políticos, u operando desde casa, es de mayor valía  para conseguir los objetivos del poder en medio del río revuelto.

Sin duda que los medios seguirán jugando ese viejo papel hegemónico, en cualquier sociedad donde la democracia comienza  a resquebrajarse, de ser la avanzadilla del poder político-económico, y de preparar la mente colectiva para que compremos toda acción proveniente de casa de gobierno, de los partidos o de las organizaciones con un poder de convocatoria de altísimo orden.

No por nada, Gramsci les llamó a los medios de comunicación “Hegemonía cultural”, y Max Horkheimer y Theodor Adorno los consignaron con el título de ser una “cultura fundida con la publicidad”. Encerrado en mi casa, me di perfecta cuenta de ello.

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