Por Francisco Tosi. – Marco Livio Druso, tribuno de la plebe. Es el año 92 antes de Cristo. Es Roma republicana. Al Tesoro le falta plata. Los senadores que gobiernan junto a los dos cónsules que se eligen cada año no saben cómo cubrir la brecha. El temible rey Mitridates acecha. La plebe tiene hambre. Los esclavos también pero no votan. Los patricios están preocupados, no hay donde cobrar más impuestos.
El tribuno de la plebe tiene derecho de veto a las leyes del senado. También puede plantear leyes al senado. Pero no es problema de trabar sino de encontrar soluciones. El dinero, la plata, como la conocemos hoy era más rústica.
Solo se manejaba el efectivo, ni billetes, ni letras. Por desconfianza el único efectivo confiable era la moneda que contenía metal precioso. Así se podía medir el valor. Fuera lo que fuera lo visible en cara y contracara.
¿Qué se le ocurre a Druso? ¿Por qué pasa la historia? Pues el asunto fue este, concretamente: cada ocho monedas hace una con la que lima a las otras ocho. ¿magia? No. De ocho saca una. Esa una repetida tantas veces, afloja la presión de las deudas. Junta el ejército y Roma va contra el rey asiático.
De paso agarra botín en metal y le da la vuelta a las nuevas monedas. A Druso se le ocurrieron otras leyes también. Diò acceso al senado a otros nuevos personajes. El orden de los “equites”. No solo los descendientes de las tribus fundadoras.
También una ley de reparto de trigo. Claro, eso era otro cantar, en tres años lo asesinaron. Pero Druso puede descansar en paz, su ingenio inflacionario sigue. La historia le debe. Pasará el patrón oro, el billete de papel, el electrónico y seguramente las criptomonedas también. Pero el engaño monetario estará siempre pendiente. Nada nuevo bajo el sol.
