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jueves, abril 18, 2024

Opinión de Bernard-Henri Lévy: La Francia cansada de sí misma

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Por Bernard-Henri Lévy @BHL. -Esto es lo que entiendo yo de la reforma de las pensiones de jubilación y del caos que la acompaña.

1. La IV República, bajo la autoridad del general de Gaulle y siguiendo los pasos de la Resistencia, otorgó a Francia un sistema único en el mundo, una especie de obra maestra social y política, que aportó riqueza al país.

2. Esta obra maestra está en peligro. Varias veces ha sido humillada, restaurada, reformada, y ha aguantado setenta y cinco años. Pero sabemos que está en peligro y que hay, al menos, tres fenómenos que la están minando: la prolongación de la duración de la vida; el peso de un endeudamiento público que reduce el margen de maniobra del Estado y su capacidad para acudir en auxilio de un sistema pronto en quiebra; la evolución de la propia noción de trabajo cuya posición en nuestras vidas ha cambiado por, primero, la robótica, segundo, el desempleo masivo y, tercero, la obligación ecológica de poner fin al imperativo de crecimiento a cualquier precio.

Si, llegados a este punto, el trabajo cambia de sentido y de valor, si ya no ocupa el mismo lugar en nuestra existencia, ¿cómo sería posible que el concepto de jubilación, o de retiro, que es su reflejo y se hallaba en la base de la ordenanza de 1945, no se viera, de igual forma, afectado?.

Cambio de paradigma

La IV República, que ha sido humillada, restaurada, reformada y ha aguantado 75 años, está en peligro

3. Tenemos un gobierno que, fiel a las promesas realizadas en la campaña del presidente, decidió afrontar ese forzoso cambio de paradigma. Lo hizo bien, más o menos; ha ido dando palos de ciego, se ha equivocado, ha retrocedido; ha cometido, a lo largo del camino, errores de comunicación lamentables, ¿pero qué importan los errores de comunicación frente al inmenso desafío que es salvar una obra maestra social y política? ¿Y el reproche que se le hizo de querer avanzar entre la confusión, de no ejecutar claramente su estrategia, de retomar su postura, de aplazar el tema, no tendría que deberse, al contrario, de este modo de gobierno que decimos democrático y cuyo principio es que no hay nunca una solución creada y dispuesta para ser aplicada, preparada, por una mente fértil?.

Los chalecos amarillos

Cuando los gobernantes dudan y cambian de opinión, cuando tergiversan o retroceden, cierran una puerta o vuelven a abrirla, a fin de cuentas no hacen otra cosa que deliberar frente a los gobernados, debatir entre ellos (quizá con la BFM involucrada) y adaptar sus propuestas en este cuerpo a cuerpo ideológico y, en la actualidad, catódico que también es una negociación social…

4. Tenemos sindicatos cuyo regreso a la escena pública deberíamos aplaudir pero, que con la notable excepción de la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo) y la UNSA (Unión Nacional de Sindicatos Autónomos), han reaccionado ante esta oferta de debate, en una cantidad bastante importante, de la forma más extraña que se pueda imaginar: ¿esta intención de venganza es la sucesión de los chalecos amarillos? ¿La incredulidad frente a un régimen de jubilados que creerán, en su interior, más corrupto aún de lo que se pensaba e imposible de reformar? ¿La versión popular de este «después de mí, el diluvio», que es el lema de los regímenes agonizantes y donde no se busca más que conseguir, para sí mismo, lo mejor?

Siempre hay quien se opone a la reforma antes de saber qué implicará; en lugar de negociar un sistema mejor para sus hijos, enseguida dijeron no tener más objetivo que presionar a los poderosos; y se comportan como estos «últimos hombres» que, en los relatos de ciencia ficción, están tan profundamente convencidos de que la partida ha acabado que solo conocen una ley: la del «no habrá un mañana» y del «sálvese quien pueda» generalizado.

Estado de angustia

5. Lo que vemos, desde entonces, es un estado de angustia sin precedentes desde hace setenta años. No la angustia, por supuesto, de los condenados de la tierra que golpean las puertas de Europa y lo han perdido todo. Sino una angustia anticipada. Un desánimo de principios y sin un final visible. El resentimiento de unos huelguistas que, más que ser guiados por la intensidad de la lucha, por la vitalidad de una esperanza reformadora que traiga la mejora de la clase obrera o por el radicalismo de un proyecto que rechazaría el mejor de los mundos postcapitalistas y numéricos mientras propondría alternativas reales, se enfrentan a los no huelguistas o a los reprimidos del RER con la rabia de los desesperados del no future.

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Lo que vemos es la pasión triste de una juventud que parece avanzar en la vida con la única preocupación de planear su propia tercera edad. En resumen, una Francia que, olvidando su valentía, su inventiva política y, para ser sinceros, su ingenio, presenta todos los síntomas de una sociedad invadida por el nihilismo y la locura.

Vemos una Francia que, olvidando su valentía, su inventiva política y su ingenio, presenta los síntomas de una sociedad invadida por el nihilismo y la locura.

Francia cansada

El Leviatán hobbesiano, incluso cuando se gestaba, tenía la unidad reconfortante de los cuerpos bien formados. Pero cuando el pueblo se vuelve multitud, cuando esta multitud ya solo está formada por comunidades mutuamente exclusivas, incluso mutuamente delatoras, cuando la palabra se vuelve grito y el grito es un discurso de odio e insultos, cuando cada uno mira solo por su bienestar y pierde la preocupación por el bien público, ¿acaso no se acerca esto a este estado prepolítico que los contemporáneos de Hobbes llamaban «estado de naturaleza» y donde los lobos (para el hombre) se hallaban en el centro de la propia ciudad?

Esta enfermedad del alma, esta desilusión de una Francia cansada de sí misma y del universo, de sus gobernantes y sus sindicalistas, de su idioma y de su historia, de su proletariado y de su burguesía, este agotamiento de una nación que ya no quiere ni sus narraciones, ni sus escritores, ni lo que se hizo en la época de la invención de su sistema sanitario, su excepción y su grandeza.

Todo esto es tan profundo que se necesitará, para salir de ese estado, más que una reforma de las pensiones de jubilación. En realidad, se nos convoca a realizar una reforma intelectual y moral, y cada uno de nosotros, puesto que pensamos y queremos vivir, será, en este punto, necesario.

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