Redacción. La inteligencia artificial (IA) está modificando la economía y la infraestructura de Estados Unidos a un ritmo vertiginoso. Imágenes satelitales recientes revelan cómo extensas zonas rurales en New Carlisle, Indiana, se convirtieron en complejos tecnológicos. En esos terrenos, Amazon construye decenas de centros de datos utilizados por Anthropic. Siete ya funcionan y otros 23 siguen en obras, según un reportaje de Infobae.
Este desarrollo ya consume más de 500 megavatios, equivalente al gasto eléctrico de cientos de miles de hogares. Cuando esté completamente operativo, el complejo demandará más energía que dos ciudades del tamaño de Atlanta.
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El crecimiento de la IA impulsa una ola de inversiones sin precedentes. Las proyecciones indican que la industria alcanzará los 375,000 millones de dólares este año y se acercará al medio billón en 2026.
En el centro de esta fiebre tecnológica se encuentra Nvidia. La empresa, que fabrica los chips esenciales para la IA, alcanzó una valoración superior a los 5 billones de dólares, 94 veces más que Ford. Dos décadas atrás, la relación era inversa. Analistas sostienen que el país se está convirtiendo en un “Estado Nvidia”, donde gran parte del crecimiento económico depende de un solo gigante.
Desde la aparición de ChatGPT, casi el 75% del avance del índice S&P 500 proviene de las tecnológicas vinculadas con la IA. El sector ya representa un tercio del total, frente al 22% de finales de 2022.
OpenAI aumentará unos 30 megavatios
La competencia por ampliar la infraestructura es feroz. OpenAI planea aumentar su capacidad en al menos 30 gigavatios de centros de datos, más que toda la demanda de energía de Nueva Inglaterra durante un día caluroso. Su director, Sam Altman, quiere construir un gigavatio de infraestructura por semana.
Este ritmo desató una carrera de construcción que reconfigura el sistema eléctrico y laboral estadounidense. Expertos como Dwarkesh Patel y Romeo Dean aseguran que harán falta miles de técnicos, electricistas y operadores para mantener la expansión.

Empresas como Meta, Microsoft y Alphabet reportan alzas en sus ingresos por IA. Reuters adelantó que OpenAI podría debutar en bolsa en 2026 con una valuación de hasta 1 billón de dólares, aunque la empresa negó que ese sea su objetivo.
Pese al entusiasmo, surgen señales de alerta. La economía estadounidense muestra grietas: las ofertas de empleo caen y más de veinte estados ya enfrentan recesión o se acercan a ella. La manufactura continúa en descenso, mientras el discurso sobre la IA domina el panorama mediático y oculta los desequilibrios estructurales.
Los números de las grandes tecnológicas tampoco garantizan rentabilidad. Según The Information, OpenAI generó 4,000 millones de dólares el año pasado, pero perdió 5,000 millones. Meta y Microsoft atraviesan situaciones similares: los costos de desarrollo aumentan y sus acciones fluctúan ante la incertidumbre.
McKinsey advierte que el 80% de las compañías que aplican IA no reportan mejoras significativas en sus resultados. Esto genera dudas sobre la sostenibilidad del modelo y revive el fantasma de una burbuja.
Financiamiento causa preocupación
El financiamiento de los centros de datos también preocupa. Las empresas tecnológicas recurren a alianzas con fondos privados para evitar endeudarse directamente. Blue Owl Capital, por ejemplo, financió el megacentro de datos de Meta en Luisiana mediante bonos respaldados por contratos de arrendamiento.
El mercado de infraestructura tecnológica podría mover 800.000 millones de dólares antes de 2028. Sin embargo, algunos economistas comparan estas estrategias con las prácticas previas a la crisis financiera de 2008. Los riesgos son evidentes: los chips se vuelven obsoletos en pocos años y los centros de datos requieren mantenimiento constante.
En Silicon Valley crece la inquietud. Ingenieros y analistas ironizan en redes sociales con referencias a The Big Short, la película sobre la burbuja inmobiliaria de 2008. Temen que una caída del sector tecnológico provoque un efecto dominó en fondos de pensiones, aseguradoras y mercados globales.
Hoy, el dinero circula entre los mismos gigantes: OpenAI paga a Oracle por capacidad de cómputo; Oracle invierte en chips de Nvidia; y Nvidia reinvierte en OpenAI. Es un circuito cerrado que algunos califican como un “ecosistema tecnocapitalista al límite del tiempo”.
El auge de la IA generativa es innegable. En apenas tres años, pasó de ser una curiosidad a una herramienta masiva. Sin embargo, su expansión plantea interrogantes: ¿podrá sostener su crecimiento sin colapsar el sistema financiero?
La historia reciente de Silicon Valley demuestra que los grandes avances tecnológicos suelen ir acompañados de riesgos. Ya sea con éxito o fracaso, la carrera por la inteligencia artificial está redibujando las reglas del juego económico y social.

