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Marco Rubio y el terrorismo ajeno

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Jorge Majfud/ALAI AMLATINA, 05/08/2016.-  Luego de la derrota en las primarias por el partido republicano, el senador de Florida e hijo de inmigrantes cubanos, Marco Rubio, se encuentra en campaña para su reelección al Congreso. En su más reciente anuncio de televisión, Rubio se define como “un líder nacional que ha luchado contra el acuerdo de Estados Unidos con Irán y por el bloqueo de los refugiados provenientes de países terroristas con el fin de mantener la seguridad nacional”.

El eslogan, sin duda, captará muchos votos de la vieja guardia conservadora que heroicamente se resiste a admitir su declive y que ni en sueños recuerda que en 1953 Gran Bretaña y Estados Unidos destruyeron la democracia iraní liderada por Mohammad Mosaddegh para revertir la nacionalización de sus recursos naturales. En su lugar instauraron la larguísima dictadura del Sah que terminó con la Revolución de 1979 y el odio acumulado por décadas de muertes y humillaciones.

El bueno de Winston Churchill, actor relevante en este proceso de despojo y doble moral, tiempo atrás había declarado que no comprendía los pruritos morales de algunos críticos: “Estoy a favor del uso de gas venenoso contra las tribus incivilizadas”, dijo. “Los gases químicos son una de las armas más piadosas, por lo cual las críticas en India no son razonables”. Consecuentemente, Churchill usó armas químicas en Rusia, en Gaza, y en varias regiones del mundo pobladas por gente incivilizada. Por no hablar del Agente Naranja, el herbicida que aún hoy sigue matando indiscriminadamente a miles de niños en Viet Nam, mientras aquí las almas más puras entre los conservadores ponen el grito en el cielo por las leyes que regulan el aborto.

De todas formas no importa. El significado de “países terroristas” es conferido automáticamente por una dominante narrativa social y política, fundamentalmente creada por los medios y los lobbies que no parecen estar demasiado interesados en algún tipo de consistencia semántica, probablemente porque apuestan fuerte a la escasa memoria de la población o a la irrelevancia de los hechos ante un creciente público mejor informado pero definitivamente adicto a las distracciones.

Hasta recientemente, figuras históricas como Nelson Mandela estuvieron en la lista de peligrosos terroristas de varios gobiernos de Estados Unidos. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher consideraron siempre que la lucha de Mandela y del Congreso Nacional Africano contra el brutal régimen del Apartheid era realizada por “un grupo típicamente terrorista”.

Hasta recientemente, Cuba también integraba la misma lista de países que apoyaban el terrorismo. El senador Rubio, la mayoría de los miembros de su partido y la casi totalidad de los miembros políticos del exilio cubano rechazaron este cambio impulsado por un “musulmán comunista” llamado Barak Hussein Obama. Sin embargo, desde principios de los años sesenta, los refugiados de ese país terrorista han sido amparados por la Ley de Ajuste Cubano de 1965 conocida como Wet feet, dry feet (Pies mojados, pies secos) que en un año convierte en residentes y luego en ciudadanos a cualquier cubano que logre llegar ilegalmente a este país sin importar su historial. Un incentivo extra para cualquier cubano que esté dispuesto a arriesgar su vida tirándose al mar Caribe en embarcaciones generalmente precarias, aunque tres cuartos proceden desde México y otros países bastante democráticos como Panamá o Costa Rica.

En 1982, el Departamento de Estado determinó que “Cuba apoya el terrorismo financiando grupos rebeldes en África y América Latina” (Council on Foreign Relations). Lo cual es estrictamente correcto. No obstante, semejante definición de un Estado terrorista resultaría en una autoacusación: hoy en día ningún historiador estadounidense cuestionaría el hecho de que no existieron en el mundo otros gobiernos como los de Estados Unidos que hayan apoyado en la misma escala grupos rebeldes, subversivos, golpes de Estado y sangrientas dictaduras en casi todos los continentes –y especialmente en América latina.

Afortunadamente, millones de estadounidenses, casi por norma los hijos más valientes y mejor educados de este gran país, han resistido heroicamente estas agresiones como las que varios de sus gobiernos perpetraron en otras partes del mundo. Sin ellos, probablemente la historia contemporánea hubiese sido aún peor.

Según palabras del senador Marco Rubio del 17 de diciembre de 2014, “Cuba, al igual que Siria, Irán y Sudan, continúan apoyando el terrorismo en el mundo”. Ahora, si aplicamos la lógica con la que el senador Rubio y su heroico grupo ven el mundo, según la cual Cuba debería continuar en la lista de los países que apoyan el terrorismo, ergo sus refugiados deberían ser impedidos de ingresar al país en lugar de ser recibidos de una forma legalmente excepcional.

Tengo amigos dentro de este grupo de exiliados, todos bastante pobres, sobreviviendo en trabajos bastante precarios, alguno de ellos con títulos universitarios; los considero gente honesta que simplemente trata de vivir su vida, la única que tienen, de la mejor forma que cada uno puede y desea, lo cual es un derecho humano inalienable. Al fin y al cabo, ni el gobierno de Cuba ni el de Estados Unidos (ni el de ningún otro país), ni los lobbies ni las mega corporaciones ni los billonarios que lo poseen casi todo son dueños de ningún país y mucho menos de ningún individuo.

Como todo, este grupo es visto desde afuera como un monolito, cuando no calificados indiscriminadamente de “gusanos”. Desde adentro, las divisiones son brutales y no es raro que la primera ola de inmigrantes inmediatamente después de la Revolución cubana, normalmente más educada y mucho más rica que las posteriores, no tenga una buena relación con, por ejemplo, los “Marielitos”, los más de cien mil cubanos llegados en 1980 cuando Fidel Castro decidió limpiar las cárceles de Cuba y junto con unos llegaron los otros (al menos el 15 por ciento eran delincuentes comunes que, naturalmente, se sumaron a “la búsqueda de la libertad”). Algo parecido ocurrió a principio de los noventa.

No pocas veces he escuchado a algunos cubanos acomodados referirse despectivamente a los recién llegados como “balseros”, algo parecido a un par de mexicanos de clase alta que llamaban “espaldas mojadas” a los mexicanos indocumentados –a los pobres sin padrinos, a los jodidos de siempre.

No son pocos los políticos de Estados Unidos que, razonablemente, ahora comienzan a considerar el aspecto discriminatorio de la ley Pies mojados, pies secos que no se aplica a todos aquellos países latinoamericanos que han sufrido crueles dictaduras, persecuciones y matanzas de disidentes. Muchas de esas dictaduras fueron promovidas y apoyadas por gobiernos de Estados Unidos (aún cincuenta años antes de la recurrente excusa de la “lucha contra el comunismo”, gracias a la cual en nuestros países se luchaba por la democracia suprimiéndolas, se luchaba por la libertad eliminándola y se protegía la vida humana torturando y matando a escalas solo vistas en tiempos de holocaustos). Esto es vastamente ignorado por los ciudadanos estadounidenses, por lo menos hasta el segundo año de universidad, que es cuando toman algún curso más o menos serio sobre historia.

Actualmente, en Miami residen figuras como Luis Posada Carrieles, el cubano y ex agente de la CIA que es considerado un “peligroso terrorista” por el FBI por perpetuar diferentes atentados con bombas, como el que derribó el vuelo 455 de Cubana en 1976 matando a sus 73 ocupantes. El juez que bloqueó su extradición a Venezuela en 2005 argumentó que allí corría el riesgo de ser torturado por el gobierno, motivo por el cual no se entiende que no haya sido enviado a Guantánamo donde los prisioneros, sean terroristas o inocentes con mala suerte (tal como han sido declarados por el gobierno estadounidense en su mayoría) gozan de todas las garantías constitucionales y donde se respetan los Derechos Humanos.

– Jorge Majfud es escritor uruguayo

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