Redacción. Por años, muchos perros se han capacitado, entrenado y adiestrado para formar parte de las fuerzas de seguridad de los Estados Unidos (EEUU), debido a que por sus capacidades naturales son capaces de obtener resultados mayores a los de un humano.
Los caninos son compañeros excepcionales, leales y con un carácter único, por lo que se convierten en aliados en diversas áreas de la operatividad militar y policial. Es por ello que a muchos se les cola en programas como el K-9, donde se les prepara para múltiples actividades.
Hace unos años, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) comenzó con el entrenamiento de Lulú, una joven labrador negra. La intención era que se capacitara en detección de explosivos, rastrear sustancias u otros elementos prohibidos.

Pero, esta can demostró que no todos los de su especie están hechos para este tipo de trabajo, debido a que solo habían pasado unos días del inicio de su curso, cuando tuvieron que retirarla.
Lulú siempre fue saludable, inteligente y muy afectuosa, pero evidenció que no tenía ningún interés por detectar bombas. Pese al arduo trabajo de sus entrenadores, ella no tenía motivación laboral en lo absoluto.
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¿Qué fue de Lulú?
En 2017, a través de su cuenta de Twitter, ahora X, la CIA indicó que «Lulú comenzó a mostrar signos de que no estaba interesada en detectar olores de explosivos».
Según declaró la agencia en su momento, «a veces los cachorros se aburren y necesitan más tiempo de juego, a veces necesitan un pequeño descanso, o les afecta una condición médica menor, como una alergia a los alimentos. Pero para algunos perros, como Lulú, queda claro que el problema no es temporal. Por ello, este no es el trabajo para el que están destinados”.
Tras retirar a un cachorro del programa K9, el oficial que la controla y su familia tienen la oportunidad de adoptarlos. Afortunadamente este fue el caso de Lulú, por lo que ahora lleva una vida normal, jugando con los niños de la familia.

Además, ama seguir los rastros de los conejos y ardillas en el patio trasero de su hogar. A su vez, tiene un compañero perruno y todo el espacio para hacer lo que más le gusta, vivir como una canina feliz, libre y disfrutando la vida.
El caso de Lulú evidencia que al igual que los humanos, cada canino tiene su personalidad y vocación. No todos están destinados a seguir una misma ruta, por lo que cada uno es único y especial.