Redacción. En los vibrantes humedales de Jamaica, bajo el intenso sol caribeño, un antiguo depredador está desapareciendo lentamente. Se trata del cocodrilo americano (Crocodylus acutus), única especie de reptil que habita la isla, especialmente a lo largo de la costa sur, desde St. Thomas hasta Westmoreland.
Durante mucho tiempo, esta especie dominó los manglares y lagunas costeras de Jamaica, siendo respetada y temida por sus habitantes. Sin embargo, en años recientes, su población ha sufrido un severo declive debido a la caza ilegal, la pérdida de su hábitat natural, la contaminación plástica y las matanzas motivadas por el miedo entre las comunidades locales.
Frente a esta preocupante realidad, Lawrence Henriques, conocido como “El guardián cocodrilo”, ha dedicado las últimas cuatro décadas a proteger y conservar esta especie emblemática. Henriques dirige el Santuario de Cocodrilos de Holland Bay, ubicado en el sureste de la isla, en uno de los últimos hábitats naturales viables para los cocodrilos jamaiquinos.
Desde este refugio, el activista se esfuerza por reparar años de daño: rehabilitando ejemplares enfermos, criando crías y liberándolas nuevamente en la naturaleza.
Henriques explicó que “hay un miedo real a los cocodrilos en Jamaica. Mucha gente no los tolera. Así que, si uno aparece en el patio de alguien, a menudo lo matan por su carne o simplemente por miedo”.
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Preservación
A pesar de la fama de agresivos, los ataques de cocodrilos son escasos. Según la base de datos global CrocAttack, en la última década se han registrado solo 11 incidentes en Jamaica, incluyendo una muerte en 2018.
Nacido en Kingston en la década de 1960, Henriques desde niño mostró fascinación por los reptiles. “En aquella época teníamos muchos más cocodrilos y mucho más hábitat”, recordó.
Tras formarse en el extranjero y trabajar con la Sociedad de Exploración Científica en Belice, regresó a Jamaica en 1980 y descubrió que, aunque los cocodrilos estaban protegidos por ley desde 1971, las medidas para su conservación eran prácticamente inexistentes.
“Las leyes existían, pero nadie hacía nada. La agencia ambiental carecía de recursos y sigue careciendo de ellos hasta el día de hoy. Y no había nadie con experiencia ni conocimientos sobre reptiles”, afirmó.
Durante casi 20 años combinó su trabajo en la industria cítrica con labores voluntarias de rescate y rehabilitación de cocodrilos. En 2010 fundó el Santuario de Holland Bay, donde actualmente habitan 27 adultos y 18 crías, muchas de las cuales son liberadas tras tres años en cautiverio. En los últimos tres años, alrededor de 90 ejemplares han regresado a su hábitat natural.
Entre los residentes del santuario está Xena, una cocodrila rescatada en condiciones deplorables, con la piel afectada por la contaminación y dientes dañados.
Savannah Boan, embajadora internacional de Gatorland Global, organización que financia el santuario desde Florida, destaca que “desde su reubicación, la piel de Xena ha sanado y sus dientes han recuperado la blancura”.
También señala que “Lawrence está haciendo un trabajo extraordinario con recursos muy limitados”.
Motivación
Pese a las protecciones legales, la caza furtiva sigue siendo una amenaza grave. Según Leighton Mamdeen, funcionario de la Agencia Nacional de Medio Ambiente y Planificación (NEPA), “Intentamos limitarla mediante medidas de control, como el monitoreo regular, y colaboramos con la Policía de Jamaica y la Fuerza de Defensa de Jamaica para realizar patrullajes”.
El comercio ilegal de carne y huevos de cocodrilo prospera en el mercado negro, con precios que superan ampliamente a los de otras carnes. Se cree que algunas comunidades rurales consumen esta carne por sus supuestas propiedades afrodisíacas.
La policía jamaicana trabaja para reforzar las sanciones contra quienes dañan a los cocodrilos, que pueden alcanzar multas de hasta 100,000 dólares jamaicanos o un año de prisión. Sin embargo, Henriques lamentó que “se trata de atrapar a la persona y demostrarlo en el tribunal. Es un proceso muy largo y tedioso”.
La lucha de Henriques y su santuario se vuelve fundamental para conservar una especie que, aunque en peligro, aún puede recuperarse si se intensifican los esfuerzos de conservación y educación pública.
El destino del cocodrilo americano en Jamaica depende hoy del compromiso de proteger no solo a este animal, sino también los ecosistemas que sostiene y las comunidades que coexisten con él.