Redacción. Uno de los días más significativos dentro de la Semana Santa es el Viernes Santo, jornada en la que miles de fieles en todo el mundo se congregan para participar en actos litúrgicos, procesiones y representaciones vivas que recrean el profundo drama de la pasión y muerte de Jesucristo en el monte Calvario.
Esta fecha, cargada de solemnidad y espiritualidad, conmemora la crucifixión y muerte de Jesús de Nazaret, acontecimiento central de la fe cristiana. Su sacrificio, según la tradición, representa un acto de amor y redención supremo: la entrega voluntaria del Hijo de Dios para la salvación de la humanidad.
Muerte de Jesucristo
Conocido también como Viernes Negro en distintas regiones de América Latina y el mundo, este día forma parte esencial del Triduo Pascual, Este periodo de tres días comienza el Jueves Santo y culmina con la celebración de la Resurrección de Cristo en el Domingo de Pascua.
En muchos países, esta jornada se vive con intensidad cultural y religiosa. Las calles se llenan de fieles que acompañan procesiones con imágenes del Cristo crucificado y de la Virgen Dolorosa, se organizan viacrucis en vivo. Además, en algunas comunidades se guarda el ayuno y la abstinencia como muestra de penitencia y respeto.
En ese aspecto, Honduras no se queda atrás y sus calles se convierten en el escenario para grandes dramatizaciones.
En cada estación del Viacrucis, el pueblo hondureño no solo revivió el doloroso camino de Jesucristo hacia el Calvario, sino que también renovó su fe y su compromiso espiritual. Las oraciones se elevaron con fervor, clamando por la paz en el país, la unidad de las familias. Los ruegos hicieron especial énfasis en la esperanza en medio de las dificultades que enfrenta la sociedad.
Las calles se transformaron en templos al aire libre, impregnadas de devoción y recogimiento. Las procesiones, acompañadas por cánticos, rezos y silencios respetuosos, estuvieron encabezadas por las veneradas imágenes de Jesús Nazareno, la Virgen Dolorosa y el Santo Sepulcro. Se trata de símbolos del amor, el sacrificio y la promesa de redención.
Estos actos de fe colectiva no solo marcaron una tradición religiosa, sino que también ofrecieron un espacio de reflexión profunda y conexión espiritual, uniendo al pueblo en un mismo sentir: el anhelo de un futuro con mayor luz, solidaridad y esperanza.