REDACCIÓN. El sistema judicial hondureño condenó a Isaías Misael Martínez Orellana a 26 años de prisión tras encontrarlo culpable de intentar asesinar a su expareja, Jany Marleny Girón Ramos, y a sus cinco hijos menores de edad, en un hecho que conmocionó a la comunidad de San Marcos, La Másica, en el Caribe de Honduras.
El ataque ocurrió la noche del 19 de junio de 2024. De acuerdo con los testimonios y las pruebas presentadas durante el juicio, Martínez llegó hasta la vivienda donde Jany dormía junto a sus hijos, cargando un recipiente con gasolina. Luego de rociar el líquido inflamable alrededor de la casa, le prendió fuego e intentó impedir que alguien pudiera salir con vida.
La motivación del crimen, según la Fiscalía, fueron los celos y la negativa de la mujer a retomar una relación marcada por abusos físicos y emocionales. Pese al peligro, la víctima reaccionó con valentía al despertar por el calor y el humo del incendio. En un acto desesperado, logró abrir una ventana y sacar a sus hijos, comenzando por los más pequeños. Con gran esfuerzo, también ayudó a los mayores a escapar, minutos antes de que las llamas consumieran por completo la vivienda.
Los gritos de auxilio y el incendio alertaron a los vecinos, quienes acudieron rápidamente al lugar. Gracias a su intervención, el agresor fue detenido cuando intentaba huir y entregado a la Policía Nacional. Posteriormente, lo acusaron por los delitos de tentativa de feminicidio agravado, tentativa de homicidio e incendio calificado.
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La condena de 26 años se impuso luego de un proceso judicial que mostró la gravedad del caso y el peligro que representaba el agresor.
El intento de feminicidio contra Jany Marleny Girón Ramos pone nuevamente en evidencia la alarmante situación de violencia contra las mujeres en Honduras. Según datos del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), más de 250 mujeres han muerto de forma violenta en lo que va del 2024, muchas de ellas a manos de sus parejas o exparejas.
Este caso refleja no solo la brutalidad del agresor, sino también la urgencia de fortalecer los mecanismos de protección para las mujeres y sus hijos, así como de promover una cultura de cero tolerancia hacia la violencia de género.