Redacción. Un acto de vandalismo y profanación se dio en el cementerio local de Salamá, Tocoa, Colón. Durante la noche, individuos desconocidos irrumpieron en el camposanto y atacaron la tumba de Maicol Tróchez (27).
El drama se intensificó con la llegada de doña Dinora, madre del fallecido, quien lloró desconsoladamente al confirmar la profanación.
Al ver la lápida rota y la tumba quemada, doña Dinora expresó su angustia y su dolor. «¿Qué tanto hizo? Ay, Dios mío, yo le pido a Dios que ponga su mano poderosa sobre esas personas que hacen tanta maldad», expresó en el medio Televisión de Tocoa.
La madre contó que desde la noche anterior sintió que algo no estaba bien al notar lo que le pareció humo. Ella explicó que quiso ir de inmediato a la tumba de su hijo, pero desistió porque no tenía quién la acompañara.

Justicia
Doña Dinora ya había perdido a otro hijo hace once años. Ahora, con la profanación de la tumba de Maicol, quien tenía 27 años, su sufrimiento se ha vuelto inmenso.
«Como madre que ha sufrido tantos golpes, yo pido justicia. Como le pido al Ser Divino que dé justicia en esas personas. Ya no se aguanta. Nosotros no le hacemos daño a nadie, usted sabe, nosotros somos nativos de aquí, criados aquí, no le hacemos daño a nadie», externó.
Con una voz llena de impotencia, afirmó que la maldad no le permite tener paz ni a su hijo.
«Ni muerto me dejan a mi hijo en paz, ni a mí tampoco, porque tanto sufre él como sufro yo. No hay persona que sufra más por sus hijos que su madre. Este dolor es tan inmenso. Me mataron el primero, tiene 11 años, y para mí es como que ya no hay nada que hacer».
La comunidad de Salamá exige a las autoridades que investiguen este terrible acto de profanación que lastima la memoria de Maicol Tróchez y revictimiza a su familia.

¿Cómo ocurrió el crimen en el que murió el joven?
Dos jóvenes acababan de concluir un partido y compartían con amigos sin sospechar que vivían sus últimos minutos. Según testigos, varios hombres armados irrumpieron en el lugar a bordo de un vehículo en agosto de 2025. No hubo advertencias ni palabras: solo una ráfaga de disparos que puso fin a la tranquilidad y a dos vidas más en el norte del país. Eduardo Abrego fue el otro sujeto que murió.



