Redacción. El narcotraficante hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros, quien falleció hoy tras una prolongada enfermedad, es recordado tanto por su enorme imperio criminal como por la polémica operación que culminó con su detención en 1988.
Antes de morir, Matta había solicitado regresar a Honduras para pasar sus últimos días en su país natal. Sin embargo, la petición se le negó un tribunal de apelaciones de Estados Unidos, tras la intervención de la Fiscalía estadounidense.

La captura que indignó a Honduras
El 5 de abril de 1988, autoridades hondureñas, acompañadas por alguaciles estadounidenses, irrumpieron frente a la residencia de Matta Ballesteros en Tegucigalpa, lo vendaron y lo subieron a la fuerza a una camioneta. Desde allí lo trasladaron a República Dominicana y luego lo “removieron” hacia Estados Unidos.
Esa maniobra logró evitar los obstáculos legales de la falta de un tratado formal de extradición entre ambos países.
Tras el acto, se generó una ola de indignación en Honduras. Manifestantes atacaron y quemaron la embajada de Estados Unidos, cinco personas murieron y el gobierno decretó un estado de emergencia de cinco días.
La captura se percibió por muchos como una violación de la soberanía nacional. Hoy en día aún se debate sobre su legalidad y sobre el papel de los militares hondureños durante la operación.
En enero de 1990, un juez en Los Ángeles lo condenó a cadena perpetua más 75 años por conspiración, posesión y distribución de narcóticos y dirección de empresa criminal. Su imperio criminal convirtió a Honduras en un “país puente” para el tráfico de cocaína desde Colombia hacia México y Estados Unidos, con rutas marítimas y terrestres que todavía se utilizan hoy.
De pobreza a imperio del narcotráfico
Matta Ballesteros nació en 1945 en Tegucigalpa y creció en la pobreza, trabajando como cobrador de buses y, eventualmente, vendiendo marihuana. Tras viajar a Estados Unidos y tener sus primeros contactos con el narcotráfico, se consolidó como intermediario de cocaína entre los carteles de Colombia y el Cartel de Guadalajara en México. Así, llegó a abastecer hasta un tercio de la cocaína consumida en EE.UU. en su punto más alto. Se estima que amasó una fortuna superior a US$1.000 millones. Además, en ocasiones, trabajó en operaciones de transporte de armas a grupos paramilitares en Centroamérica contratadas por el Departamento de Estado estadounidense.

Fundó la aerolínea Servicios Ejecutivos Turísticos Commander (SETCO), que transportaba cocaína y armas, mientras una red de funcionarios militares y estatales corruptos protegía sus operaciones en Honduras. Entre sus aliados destacaron el general Policarpo Paz García y el coronel Leónidas Torres Arias.



