Historia Humana/ Un comedor infantil que se sostiene por la misericordia de Dios

0
1429
Historia Humana
Don Ever relata cómo su obra sobrevive ''gracias a la misericordia de Dios''. Foto: Rafael Romero.

TEGUCIGALPA, HONDURAS. El reloj marcaba cerca de las 02:53 pm. Llovía copiosamente y en las calles se comenzaban a formar los congestionamientos típicos de un viernes por la tarde. Al llegar a la colonia Villa Nueva, salida al oriente del país, subimos alrededor de ocho minutos hasta llegar a la escuela Naciones Unidas, donde nos esperaba Ever Antonio Ponce, encargado del comedor para niños, Una Luz que Brilla en el Camino.

Muy amable, Ever vestido con una camisa naranja y buso, nos saludó y nos presentó a Ana Ponce, quien le colabora con esta noble tarea de orientar a los niños del comedor. »Nos vamos para arriba», me dijo. Luego subimos otros cinco minutos y llegamos al comedor.

Varios niños ya se encontraban en la casa, y como es costumbre en Honduras, se quedaron en silencio y nos empezaron a observar temerosamente hasta que Ever nos introdujo. Después todo regresó a la normalidad.

Historia Humana
El promedio de edad de los pequeños va desde los cuatro meses hasta los 14-15 años. Foto: Rafael Romero.

Lea también: Fundación Angelitos: siete años llevando amor a sala de recién nacidos

Nace una maravillosa obra

Hace cuatro años, Ever Ponce de 52 años, notó que en la escuela Naciones Unidas, donde el trabajaba, a la hora del recreo había niños que observaban como otros disfrutaban de una merienda, ya que ellos no tenían nada para llevarse a la boca.

»Existía una necesidad. Yo empecé a notar que había niños que no tenían qué comer. Entonces empecé con la idea de llevarles meriendas ahí a la escuela», contó Ponce.

»Luego de eso, un hermano de la iglesia, Abner Servellón, que vive en los Estados Unidos, me habló y yo le conté sobre la situación; él me dijo que había soñado que nosotros le dábamos de comer a unos niños. Dios habló con él», relata.

Al ver la necesidad, comenzó una labor de alimentar a estos niños. »Empezamos dándoles comida una vez por semana, luego dos y así».

»Una vez nosotros quisimos hacerles baleadas, pero solo nos ajustaba para hacer las tortillas y comprar un repollo, la verdad pensé que no se las iban a comer, pero al final se metieron tres cada uno jajaja», recordó un sonriente Ever.

»Cualquier comida que nosotros les demos, ellos se la comen», remarcó.

Historia Humana
A pesar de la precariedad, los niños no pierden la alegría. Foto: Rafael Romero.

¿De dónde sacan fondos? 

»Nosotros no recibimos una ayuda directa», reveló Ponce, y prosiguió diciendo que »nosotros subsistimos de lo que Dios nos ponga. Por ejemplo, ayer nos regalaron unos plátanos que ya estaban bastante maduros; pasamos comprando frijoles y mantequilla, y así los hicimos».

Asimismo, el también profesor de Educación Física, compartió que por parte del gobierno no reciben ningún tipo de ayuda. »No recibimos ayuda del Estado», comenta.

En ese momento, Ponce hace una pausa para regañar a unos niños que se estaban mojando con la gotera que cae en una de las partes del comedor.

Luego se reincorpora y revela que además de brindar comida a estos pequeños con escasos recursos, brindan charlas espirituales para guiar a los ‘chavalos’ por el buen camino.

»Los tenemos estudiando. Les enseñamos valores, tratamos de elevar su autoestima y orientarlos para que busquen ser alguien en la vida; también por medio del fútbol tratamos de enseñar todas esas cosas, hacemos lo que podemos».

Varios han logrado superarse 

Durante la plática, varios de los chiquitos comenzaron a inquietarse, por lo que, Wendy González, »la maestra de danza», puso música infantil y el ruido comenzó a apaciguarse y solo quedó una canción de fondo, la cual no recuerdo.

»Hay muchos que les ayudamos ya grandes y lograron irse para los Estados Unidos. Otros se hicieron de pareja y tienen su trabajo además de haberse unido a otras iglesias; algunos vienen en navidad y me enorgullece porque ellos no aprendieron vicios y son hombres y mujeres de bien», testimonió.

Historia humana
Un promedio de 100 a 130 niños son beneficiados por el comedor Una luz que brilla en el camino. Foto: Rafael Romero.

La dificultades son grandes

Hubo un momento en la conversación en la que Ever, padre de tres hijos y casado con Urania Rosani Castellanos, no soportó; la voz ya no era la misma, se escuchaba quebrada y las palabras apenas le salían de la boca. Ana, que también estaba en la conversación, me miró fijamente sin emitir ningún sonido.

»Uno se motiva cuando ve la alegría de los niños. Algunos hasta me dicen ¡Papi! y eso te da fuerzas», revela Ponce. Sin embargo, »hay ocasiones en las que uno quiere salir corriendo porque, imagínese, hay personas que hablan mal de uno, que lo critican por hacer estas actividades», lamenta el docente.

»Lo que yo le pido a Dios es que a los cipotes no les falte un buen plato de comida». Al mencionar ese tema, Ana señala hacia el fondo de la habitación en la que estamos y muestra una estufa vieja que ya no funciona. »No tenemos ni platos», pronunció un conmovido señor.

Problemas con la realidad del país 

»Fíjese que con las maras acá no tenemos problemas. Ellos saben la labor que yo hago y me dejan andar por todos lados y le dicen a los niños que no los quieren ver haciendo lo que ellos hacen», agregó.

Habían transcurrido poco menos de 30 minutos en la charla, en ese momento nos levantamos de las sillas y empezamos a caminar dentro del comedor. De un lado bailaban los niños con Wendy y Doris Hernández, quien se había unido a la coreografía y que funge como motivadora espiritual.

Del otro lado había un pequeño cerro de piedras que fueron extraídas del suelo para poder hacer una cisterna, no obstante, la falta de recursos económicos no les permite siquiera contar con agua potable. »Debemos casi 9 mil lempiras de luz», afirmó.

Historia humana
Ever (naranja) y Ana, muestran el libro de control diario de los pequeños que llegan al comedor. Foto: Rafael Romero.

Luego de compartir un momento con los jóvenes buscamos la salida del lugar. No sin antes recibir las últimas palabras de don Ever. »Cuando me muera me voy a morir haciendo lo que me gusta, sirviendo a los niños».

Al arrancar el carro y ver por el retrovisor, se miraban las caras de los pequeños, con una mirada parecida a UNA LUZ QUE BRILLA EN EL CAMINO.