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viernes, abril 19, 2024

Feminismo inextricable

Debes leer

Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

“El tonto tiene una gran ventaja sobre el hombre de espíritu: está siempre contento de sí mismo” decía Napoleón. Y esta sentencia del Gran Corso, cae como anillo al dedo a quienes, en un arrebato amoroso con las supersticiones ideológicas, presumen de haber encontrado la solución a los grandes males de la humanidad, en un par de consignas sociales que no admiten, según quienes las defienden a capa y espada, retoques ni desmentidas.

No hace mucho, acudí en calidad de oyente a una jornada sobre equidad y género en la que participó activamente, una feminista de la que ignoro, su extracción formativa y social. El auditorio a medio llenar, contaba en su mayoría, con estudiantes del sexo femenino –temo que referirme a esta categoría puede resultar en blasfemia ideológica-, quienes con mucha aplicación pusieron oídos a la perorata de la feminista, desde el preciso instante en que ésta abrió la boca para descargar su arsenal de resentimiento contra los hombres, la iglesia, el capitalismo y la colonización española, culpables todos ellos, a su ver, de cometer el delito histórico de oprimir a la mujer reduciéndola a la expresión mínima de ser objeto de reproducción y explotación permanente de género.

Y como ya hacía muchos años no acudía a los foros donde la gente de izquierda establecía sus reglas ideológicas, imponiéndolas despóticamente sobre las masas alienadas, no dudé en quedarme para ver qué de nuevo se manejaba en el discurso de esa estirpe que se ha quedado rezagada en la interpretación del mundo, mientras la realidad histórica, como decía el Padre Ignacio Ellacuría, corre en sentido contrario.

La feminista en mención, dejó ir sobre el auditorio, una sarta de maliciosos enunciados, todos ellos aprendidos en talleres de formación marxista y recitados en sencillas recetas aparecidas en los manuales de deconstrucción de la realidad, al decir de Derrida y los irreverentes posmodernistas que se han puesto de moda.

Nuestra disertante corrió a evidenciarse como una persona “atea” para marcar distancia de la concurrencia y de la iglesia y, de paso, cargar contra ésta por no aceptar el uso desenfrenado de la “píldora del día después” que, incisivamente, las organizaciones feministas han tratado de legitimar a toda costa en el Congreso Nacional. No sería completo el ataque sino nos recordase la “experta” que la iglesia católica peca de machista por no aceptar mujeres dentro de su estructura eclesial, impedimento que, a su juicio, debe cesar de inmediato.

Y, por último, nuestra panegirista, en actitud retadora, y sabiéndose superior al  embobado público, comenzó a hacer un periplo histórico desde la Antigua Grecia, hasta llegar a Einstein, recordándonos que todos los grandes hombres llegaron a exponer sus teorías debido a que sus mujeres les ayudaron a completar tan magnánimos descubrimientos. Debió tratarse, sin duda, de mujeres de la misma envergadura que aquellos. Y eso no lo registra la historia.

Expresiones de esta naturaleza, en que los (y las) militantes de izquierda se hacen presentes para reafirmar sus creencias y despotricar contra el establishment –político, económico y cultural-, nos permite colegir que detrás de todo este embrollo, las consignas de antaño han vuelto por sus fueros, muy a nuestro pesar. La mescolanza de teorías y conceptos marxistoides –método científico, como le llamó nuestra expositora, quizás emulando los clásicos de Marx y Engels-, nos hace recordar a esos evangelizadores de poca monta que inundan los escenarios, las calles y los cafetines en busca de incautos para hacer gala de su procacidad religiosa. Igual sucede con las feministas; su intención no es ganar simpatías ni adeptos: ese lenguaje inextricable, lleno de sofismas y artificios, sólo sirve para que las (y los) militantes se sientan inamovibles en un mundo que, cada vez más, se va extrañando de ellas…y de ellos.

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