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viernes, abril 19, 2024

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Víctor Manuel Ramos

Después de haber recibido el homenaje que el barrio de Otxarkoaga brindó a los seleccionados en el XIII Concurso de cuentos infantiles sin fronteras, en la ciudad de Bilbao, mi hijo Mario Fernando nos llevó a un tour por Francia y por Bélgica. En Bruselas, bella ciudad en verdad, nos hospedamos en casa de una inigualable familia dirigida por una mujer excepcional cuyo nombre es Alba López. Vive ahí, junto con sus dos hijas que aún están en la Universidad, la mayor, y en el equivalente de la secundaria, la menor; el varón, ingeniero de profesión,  vive aparte pues ya ha formado una familia.

Llegó desde Ecuador, impulsada por la terrible situación económica y política que atravesaba ese país. Ecuador fue el primer país de Latinoamérica en recuperar la democracia en 1978, después de un largo período de dictaduras militares, sin embargo, esa historia se caracterizó por la inestabilidad política. En Ecuador, desde 1996 hasta el 2006, se presenció el juramento de nueve presidentes y ninguno gobernó por el periodo presidencial de cuatro años establecido en la Constitución. Esta secuencia de derrocamiento y tomas de mando comenzó en febrero de 1997, cuando el entonces Presidente Abdalá Bucaram, después de un levantamiento popular, fuera destituido por el Congreso por “incapacidad mental para gobernar”; continuó el golpe de Estado contra Jamil Mahuad, en enero de 2000; le siguió Lucio Gutiérrez, derrocado el 20 de abril de 2005. Alfredo Palacios asumió como Presidente de la República y encargado de terminar el mandato electoral en enero de 2007.

Emerge entonces, en las elecciones de 2006, la figura del ex ministro de finanzas de Alfredo Palacios (2005-2007), Rafael Correa, quien inicia un proceso transformador que se fundamenta en la redacción y aplicación de una nueva constitución que reorienta la vida nacional de ese país hacia posiciones más democráticas e integracionistas.

Alba viajó, la vez primera, a Bruselas en busca de un respiro económico para poder superar la situación en que se debatía su familia. Fue necesario comprometerse con una deuda considerable para comprar el boleto aéreo. Al llegar a Bélgica se empleó en el cuidado de una familia, pero por problemas de salud de uno de sus cercanos parientes en Ecuador tuvo que regresar a su país.

Pasado un tiempo hizo un nuevo intento que fue acompañado de otro compromiso económico que exigía unos catastróficos intereses. En esta ocasión llevó consigo a su hija menor y pudo volver a emplearse para obtener los ingresos precarios que le permitían la supervivencia y el envío de fondos a su país para cubrir las mensualidades de la deuda y para apoyar a la economía familiar.

Los esfuerzos de esta mujer fueron realmente extraordinarios, pues muy pronto aprendió el idioma y pudo llevar a sus otros dos hijos. Todos ellos continuaron los estudios de tal suerte que los mayores ya han logrado sus grados universitarios y la menor avanza con mucho éxito.

Las dificultades vinieron pronto. El gobierno de Bélgica se propone la expulsión de todos los inmigrantes indocumentados y se desata una persecución implacable en contra de ellos por parte de la policía. Alba que, como dice ella, no entendía absolutamente nada de política, empezó a estudiar las leyes belgas  e instó a todos los migrantes –provenientes de los más diversos rumbos y países, pero con un fuerte grupo integrado por ecuatorianos- a unirse para enfrentar el reto de exigir a las autoridades la legalización de su estatus migratorio. Así fue como el grupo creció y se comenzaron a realizar reuniones para discutir los problemas legales y humanos relacionados con la situación de los migrantes.

En una ocasión, mientras se realizaba una asamblea en una iglesia, la policía intenta entrar para arrestar a los presentes y proceder a la deportación. Alba se interpone en la puerta e impide al pelotón policíaco que ingrese. Y lo hace con tal determinación y con tal valentía que el jefe del pelotón le dice que han decidido no pasar, que bien podrían arrestarla pero que han visto en ella su firmeza y su gran convicción, pero que le aconsejan no vuelva a repetir tal escena porque sería grave para ella.

Alba se había convertido en una lideresa auténtica, impulsada por la defensa de todos los migrantes que se enfrentaban a la intención estatal de expulsarlos. Sus discursos eran incendiarios y convincentes a tal grado que la unidad y la fortaleza que logró para el movimiento hizo posible que el gobierno echara para atrás y les concediera la residencia y, con eso, el acceso al gozo de los derechos que otorgan las leyes de ese país. Después de esa hazaña, Alba  ha sido abordada por muchos grupos políticos que le han ofrecido, incluso la posibilidad de aspirar a cargos de elección. Aún lo está pensando, pero mi consejo es que asuma esos retos para ser la voz de quienes no tienen quien vuelva por ellos.

En una de las visitas que el Presidente Correa hizo a Bruselas, el mandatario ecuatoriano se reunió con Alba López, pues su popularidad y su valentía habían llegado  a sus oídos,  y con el grupo de migrantes ecuatorianos. El presidente les instó a regresar a  la patria  y les explicó que Ecuador, ahora, es un país diferente. Les ofreció empleo y seguridad. Algunos volvieron y otros decidieron continuar en Europa. Alba y su familia se quedaron en Bélgica. Ahí vive dignamente como premio a su bravura en la lucha por sus derechos. Pero se felicita de saber que su país, por fin, ha superado la terrible noche que mantenía a sus compatriotas en la miseria y la pobreza, con la única alternativa de emigrar para buscar nuevas perspectivas y nuevos horizontes.

Sirva este artículo como homenaje a su hazaña y a su determinación y, sobre todo, para reconocer los avances que en materia de democracia para todos, impulsa en Ecuador el presidente Correa.

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