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miércoles, mayo 1, 2024

El encantamiento

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“Verdad dices, Sancho–respondió don Quijote–; pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían; de manera, que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias.

Yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad”.

¿Crees hermano Sancho que esta jaula en que me traéis encerrado sería suficiente para mantenerme ahí si no estuviera encantado, sabiendo las grandes injusticias que hay que reparar en el mundo?

¿Qué tipo de encantamiento puede darse en los pueblos para que soporten año tras año las injusticias y tropelías de algunos gobiernos?

¿Hasta cuándo un pueblo puede seguir encantado?

Hasta que los medios de comunicación cumplan noblemente y con valentía su oficio y digan lo que pasa de verdad. Hasta que se arme al pensamiento con la información fiable correspondiente y sepa lo que está pasando.

Porque, como decía Francis Bacon, «En el saber se hallan reunidas muchas cosas que los reyes con todos sus tesoros no pueden comprar, sobre las cuales su autoridad no pesa, de las que sus informantes no pueden darles noticias y hacia cuyas tierras de origen sus navegantes y descubridores no pueden enderezar curso. El pensamiento es el siervo a quien el señor no puede detener según su placer”.

Es entonces cuando el pensamiento se rebela. Y, según Ernst Bloch: pensar es traspasar una frontera, es ir más allá y terminar por indignarse al punto de llevar a las gentes a tomar la calle para gritar que “esto no puede seguir así”.

Y, claro está, la gente se toma la calle porque la calle es lo que aún no le han robado. La toman para incordio de los que todavía no se sienten engañados ni excluidos del banquete nacional.

El desencantamiento lleva a eso: a indignarse y rebelarse contra las injusticias.

 

 

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