Redacción. El tiktoker hondureño Javier Sabillón conmovió a miles de personas al compartir en el programa “Tengo Donde” el estremecedor testimonio de un secuestro que vivió hace una década, cuando tenía apenas 17 años.
Los hechos ocurrieron el 23 de junio de 2015, pero el impacto emocional lo acompañó durante mucho más tiempo.
Según relató, su niñez fue feliz y llena de cariño. “Fui una persona muy consentida”, comentó. Sin embargo, esa tranquilidad se esfumó un año antes del secuestro, cuando comenzó a recibir amenazas que, según dijo, lo sumieron en un estado constante de miedo. “Meses antes, del mes de junio, tuve amenazas, y ahí el terror se apodera de uno”, explicó.
Javier admitió que durante ese tiempo no podía llevar una vida normal, pues el miedo lo paralizaba incluso para hacer cosas cotidianas. Hoy, asegura, es una persona más fuerte gracias a lo que vivió, aunque reconoce que el peligro es real. “Hay gente que sí te puede llegar a hacer mucho daño”, advirtió.
Ataque
Las amenazas iniciaron en noviembre de 2014, cuando un hombre desconocido se le acercó en la calle y le hizo preguntas. Como no respondió, el sujeto reaccionó de forma intimidante. “Me atacó diciendo que sabía cosas de mí, puntos de la familia”. Aunque se lo comentó a su abuela, no quiso preocuparla más, ya que en ese momento ella estaba luchando contra el cáncer.
A partir de enero de 2015, comenzó a recibir mensajes del mismo individuo. Pese al miedo, su familia decidió poner una denuncia, pero, según Javier, “me tomaron los datos y hasta ahí quedó todo”.
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Días después, dentro del colegio, volvió a ver al mismo hombre. Esta vez lo abrazó y le habló en tono amenazante: “Todo bien, yo sé que pusiste una denuncia. Eso no está bien, te dije que no lo hicieras. Un día tú y yo vamos a ir a hacer un paseo, seguí caminando”. Ese momento lo recuerda con angustia, como si cada paso que daba le pesara una eternidad. “En cinco cuadras sentí que caminaba de Siguatepeque a San Pedro Sula”, dijo. Sin embargo, prefirió seguir en silencio por la salud de su abuela.

Durante los siete meses que duraron las amenazas, Javier comenzó a descuidar su salud mental y su desempeño en el colegio. “Ese tipo de mensajes te mantienen más en zozobra que un secuestro. Si a mí me hubiesen secuestrado hubiesen creado un trauma, pero todas esas amenazas… te dan un miedo y terror que algo va a pasar”, reflexionó.
El día del secuestro, el 23 de junio, pidió permiso para salir temprano del colegio después del almuerzo. Se dirigió a comprar una recarga, pero nunca regresó. “Era la 1 de la tarde y escuché cuando en el carro estaban tocando el vidrio con la pistola. Caminé y me dijo: ‘Vamos a subir al carro y vamos a dar un paseíto’”. “Nunca opuse fuerza, me subí y dije: no hay nada más que hacer”.
Dentro del vehículo, los secuestradores le hablaron sobre su familia con detalles perturbadores. “Mencionaban a todos los miembros de la familia, cómo vivían y qué hacían. Hicieron comentarios que dije: ‘¿cómo se dieron cuenta?’”, expresó. “Saben más de mi familia de lo que conozco yo”.
Pastilla
Durante el trayecto, que duró aproximadamente dos horas, le colocaron una pastilla debajo de la lengua y le ordenaron no moverla. Cuando no obedeció, le apuntaron con un arma a la cabeza. “Treinta minutos en los que yo estuve bien. Después de ese tiempo la pastilla hizo efecto. No sé si me dormí o no en el camino, pero sí escuchaba, veía… Ellos hacían comentarios y los podía escuchar, empezaron a decir cosas como: ‘¿Te acordás de aquel chavo que hicimos esto y esto con él?’”. Asegura que luchaba con el sueño, o quizá la pastilla lo estaba desorientando.
Al llegar al lugar donde fue retenido, le entregaron un celular. Al revisar la galería, encontró imágenes y videos perturbadores. “Encontré una galería llena de lo que hacían. De miedo bloqueé el teléfono y dije: no quiero ver”. Pero no lo dejaron. Le sacaron el arma y le dijeron que los iba a ver. Le pidieron que subiera el volumen. «El 90% eran personas asesinando”.
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En medio de su desesperación, comenzó a orar intensamente. Luego, notó entonces que no estaba solo: otra persona estaba allí, sentada en el suelo, amarrada de pies y manos. Poco después, lo sacaron de la casa y lo ataron a un árbol. Uno de los secuestradores, con aparente compasión, le dijo: “No te voy a socar. Cuando vos sepás que nos fuimos, te vas. Él va a volver por vos. Corré”.
Javier asegura que le agradeció con la mirada: “Sé que con la mirada le dije: gracias, me estás salvando la vida”.

Sin embargo, otro de los captores regresó y notó que no estaba bien atado. “Me puso las manos atrás, me socó en el árbol”. Permaneció allí solo, durante unos 40 minutos, ya caída la noche. “Pataleé y ya había miedo porque estaba oscuro”. «Qué fuerte y qué doloroso», le dijo el entrevistador Víctor Grajeda.
Fue entonces cuando un hombre de unos 70 años apareció. Iba a orinar al lugar y lo encontró amarrado. “No tengo nada con qué cortarte”, le dijo, pero comenzó a intentar soltarlo con las manos. Javier señaló que estaban a unos 20 minutos de La Esperanza. Aquel hombre, identificado como don Emilio, corrió a buscar ayuda y gracias a él pudo escapar.
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