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viernes, abril 19, 2024

Día de Independencia

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Hace 194 años las cinco parcelas de América Central proclamaron su independencia del gobierno español en la ciudad de Guatemala, sede de la Capitanía General, sin fanfarria, con un grupo de lugareños tirando cohetillos en la plaza central y gritando vivas a la Independencia.

Nada de cambio había en el nuevo gobierno. El régimen seguía con el poder del clero y la aristocracia incólume. Don José del Valle, nuestro sabio Valle, redactó –pero astutamente no firmó– el Acta de Independencia: estaba convencido de que los guatemaltecos –para él los centroamericanos— no estábamos preparados para ser independientes.

A lo largo de estas casi dos centurias, el argumento de Valle se ha repetido mecánicamente cuando despunta un cambio político, económico y social en nuestros países, los del Istmo. Nunca estamos preparados, y, en cualquier caso, se intenta imponer “la primavera anticipada” para la preservación del régimen.

Linda fórmula, de perfecta funcionalidad, que ha adquirido aplicación universal por su eficacia para justificar el control  transnacional, corporativo, plutocrático, en la comunidad de Estados-nación, o sea el control hegemónico a escala mundial, con la retórica de la libertad, la democracia, el bien común. Una Independencia soberana cada vez más ilusoria.

Igual que en los años precedentes, los desfiles cívico-militares son  la expresión del estereotipo de nuestra Independencia. Con la diferencia, de ahora en adelante, del surgimiento de una tendencia política-social diferenciada, con un cuerpo social unido pero conservando sus singularidades, cuyo objetivo trascendente es, precisamente, la construcción de una institucionalidad nacional verdaderamente soberana e independiente.

Es, podría decirse, una especie de amanecer para la Honduras actual, que, de manera similar a otras sociedades de América Latina, y, particularmente, de América Central, busca su inserción en la nueva Era que apunta a la plena vigencia de los derechos humanos, a la igualdad social y la equidad económica, a la defensa del patrimonio nacional para el aprovechamiento justamente compartido de sus pobladores.

Así se explica la configuración en nuestro país del Movimiento de Indignación, cuya estructura plural y multipolar responde a nuevos conceptos de organización política y social, en virtud de la revolución del conocimiento, de la globalización comunicacional, de la inmediatez y amplitud informativa, de la profusión alternativa de los medios de comunicación social.

Un movimiento de Indignación por el momento enfocado políticamente al combate de la corrupción pública-privada y la impunidad, pero que va necesariamente más lejos, porque la meta final habrá de ser –tiene que ser– la creación de otra institucionalidad más consecuente a las necesidades y anhelos de la juventud y de las generaciones futuras.

Es, en suma, la sociedad hondureña movilizada en la ruta constituyente, con su propia visión de país. Una avenida sin duda difícil y escabrosa, pero transitable mediante la Alianza Nacional Indignada, con fuerza moral y capacidad operativa en red, de acuerdo con las modalidades y peculiaridades del desarrollo democrático y la estructuración política de posmodernidad.

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