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viernes, marzo 29, 2024

DEL OCIO Y SUS EXCESOS

Debes leer

Oscar Aníbal Puerto Posas

El artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (París, 10 de diciembre de 1948) proclama: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. Es lo que los teóricos denominan “el derecho al ocio”. El ocio no es como creen muchos, realizar acciones que dañen la salud del trabajador o la salud ajena.

El hondureño, el trabajador en general, en todas partes del planeta, acude a los centros más vecinos a la depravación moral que a la construcción de valores. Desgraciadamente, así somos. Se ha inventado diversas formas de darle un nítido valor al ocio. El deporte, fundamentalmente. El hondureño acude a los estadios, apoya al equipo de sus simpatías y a tal fin, llena las graderías. Ahora se ha vuelto peligroso ese escenario. Hemos visto que “las barras” se agreden unas a otras.

En mi época de estudiante, otra diversión era la cinematografía. Se exhibían películas tan afines a nuestros estudios, que nuestros maestros recomendaban verlas. ¡Eso ya se acabó! Han cerrado las salas de cine.

Muchos nos deleitábamos con la lectura. Ahora, casi nadie lee. La prueba está en que a principios de agosto cerraron operaciones algunas librerías ubicadas en el corazón histórico de Tegucigalpa. Ha sido un golpe fulminante a la cultura. ¿Cómo iban a estar funcionando si la gente ya no lee? Honduras ya no tiene inteligentsia. No existen entidades como “El Ateneo”, donde fulguraban las frases de Froylán Turcios, donde probablemente Rafael Heliodoro Valle declamó: “Jazmines del Cabo”. Donde otros, aportaron sentimientos, sensibilidad, conocimientos y esfuerzos por encontrarle sentido a la vida. “El Ateneo” funcionó a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Se esfumó, como desaparece todo lo bueno en Honduras. De 1950 a 1952 se organizó el “PEN Club”, que dio aroma intelectual a la “Ciudad de las Canteras”.- La sigla significa: “Poetas, Escritores y Novelistas”.

En los países ricos, el ocio lleva otras connotaciones. La prensa mundial ha informado sucesos que mueven a consternación y repudio. Un dentista norteamericano se las ingenió en Zimbabue, para sobornar a los guardias de una reserva zoológica y dar fin a la vida de un león. El tipo debería estar preso. Su acto está condenado en los tratados internacionales de protección al medio ambiente y a la vida silvestre. Ernest Hemingway era aficionado al safari letal. Admiro al escritor, pero repudio esta faceta de su personalidad.

Más recientemente, en Nuevo México, Estados Unidos, un matrimonio francés se internó en espacios inhóspitos, bajo un sol calcinante, practicando “senderismo”. La pareja pereció por deshidratación. Un guardia que encontró los cadáveres no lejos de la duna; filosofó, “Los elementos no se desafían”. Un niño, hijo del matrimonio, sobrevivió.

Volviendo a lo dicho: el ocio es un derecho humano. Pero, como todo derecho tiene sus límites. No hay derecho humano irrestricto. Eso lo saben quienes han ahondado en su estudio…

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