• Evitar los cambios bruscos de temperatura, especialmente los niños, los ancianos y las personas con enfermedades respiratorias. Pasar de pronto del calor al frío puede alterar algunas de nuestras funciones fisiológicas, ya que los vasos sanguíneos se constriñen. Esto lo podemos evitar adecuándonos a la temperatura del lugar en el que estamos. En un centro comercial o en el coche u otros lugares cerrados y calientes, conviene quitarnos la chaqueta.
  • Tener cuidado de la piel. Es nuestra primera barrera de protección contra el frío, pero las bajas temperaturas y la falta de humedad provocan deshidratación, sequedad, descamación y pequeños cortes o grietas. La calefacción excesiva también le es perjudicial y por eso hay que hidratarla de manera frecuente, sobre todo las partes más expuestas, como la cara, el cuello y las manos. También es recomendable utilizar protector solar.
  • Tomar alimentos calientes. Uno de los alimentos estrella para combatir el frío es el caldo, que además de ayudar a nuestro cuerpo a mantener la temperatura, también nos hidrata. Aunque en invierno sintamos menos sed, y por tanto bebamos menos agua, nuestro cuerpo la necesita igual que en verano. Si puede, tome una infusión o un caldo cada vez que vuelva de un lugar muy frío. Así nuestra temperatura se reequilibra.
  • Abrigarse bien. Es conveniente vestirse con varias capas de ropa poco ajustada al cuerpo, abrigo y calzado impermeable, sombrero, guantes ajustados en las muñecas o manoplas -calientan más que los guantes- y bufanda u otra pieza que proteja la cara y la boca. Cuando entramos en contacto con el frío automáticamente perdemos calor del cuerpo, por eso es importante abrigarse antes de salir al exterior. Y para recuperar el calor perdido cuando volvamos a casa, es una buena idea hacernos un masaje en los pies para reactivar la circulación.