Redacción. En barrios como Elvel, La Joya, la colonia San Miguel y otras zonas de la capital, el agua se ha vuelto un recuerdo lejano. Vecinos denuncian que desde marzo no reciben un suministro regular, mientras la Unidad Municipal de Agua Potable y Saneamiento (UMAPS) insiste en que no existe una crisis.
Las autoridades hablan de ajustes temporales, pero en las casas los grifos siguen secos y la paciencia se agota.
“El 22 de marzo fue la última vez que tuvimos agua. Desde entonces hemos tenido que comprar barriles o pagar cisternas entre varios vecinos. Es injusto”, cuenta doña Elena, residente en Elvel. Su historia no es única. En muchos sectores de la capital, el acceso al agua se ha convertido en una carga económica más para las familias.
En respuesta a las denuncias ciudadanas, Francisco Zepeda, jefe del departamento de Distribución de UMAPS, aseguró recientemente que no existe una crisis hídrica.
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Además, explicó que las represas La Concepción y Los Laureles se encuentran al 40 % de su capacidad y que los ajustes obedecen a labores de mantenimiento programadas. Según Zepeda, el suministro está garantizado para el mes de mayo.
Sin suministro de agua potable
Sin embargo, esa versión contrasta con la realidad que viven miles de capitalinos. “¿Cómo pueden decir que todo está normal, si llevamos más de un mes sin agua?”, cuestiona don Mario, vecino de La Joya. “Las pipas no llegan, el recibo sigue viniendo, y mientras tanto tenemos que ver cómo sobrevivimos”.
La falta de agua no solo afecta la higiene personal y el bienestar familiar. También ha disparado los gastos de muchas familias que ya enfrentan dificultades económicas. Una pipa de agua puede costar entre 800 y 1,200 lempiras, dependiendo de la zona, lo que representa un gasto inalcanzable para muchas personas.
Mientras tanto, las denuncias se multiplican. Vecinos organizados han acudido a medios de comunicación, redes sociales y hasta oficinas municipales, exigiendo soluciones concretas y transparencia en el manejo del servicio.
“No estamos pidiendo favores, estamos exigiendo un derecho básico”, afirma doña Elena. La indignación crece al ritmo en que se vacían los tanques y se llenan los baldes.