Redacción. Durante años, Salomé deslumbró con su voz angelical en iglesias católicas de Nueva York y con su estilo único en las pasarelas de la moda. Su imagen apareció en campañas de Marc Jacobs, desfiló en la Semana de la Moda y se convirtió en figura bohemia en los círculos artísticos de la ciudad.
Pero debajo del maquillaje, las luces y los aplausos, se escondía una historia más compleja: Salomé era Miles Yardley, un joven que ahora, a sus 27 años, ha iniciado un difícil proceso de destransición.

Una adolescencia marcada por decisiones médicas aceleradas
Yardley comenzó su transición a los 15 años luego de ser paciente en la clínica de género del Hospital Infantil de Filadelfia. Tras apenas dos citas, recibió bloqueadores hormonales y luego terapia de estrógenos.
“Me pusieron hormonas sin criterio. Ahora pienso que fue una decisión mucho más seria de lo que entendía en ese momento”, cuenta. En aquella época, los comentarios de sus compañeros sobre su voz y gestos bastaron para sembrar la duda: ¿era gay, era trans?
Lejos de tener respuestas claras, la identidad femenina ofrecía una salida: menos fricción social y más aceptación. En Nueva York, Salomé brilló. Firmó contratos de modelaje, apareció en campañas de alto perfil y asesoró en música a escuelas católicas, mientras su vida parecía ir viento en popa. Pero las grietas empezaron a aparecer.
En 2024, Yardley fue diagnosticado con un adenoma hipofisario y hipotiroidismo. Ambas condiciones, sospecha, están relacionadas con el uso prolongado de hormonas. Paralelamente, su fe católica se fortaleció, y con ella llegó una profunda reflexión.
“Me di cuenta de que me estaba haciendo daño. Me estaba esterilizando. No podía tener hijos. Me alejaba de las cosas que dan sentido a la vida”.

Destransitar en soledad y enfrentar el vacío del sistema
Yardley dejó de tomar estrógenos en enero de 2025. Desde entonces, ha experimentado efectos secundarios físicos y emocionales: fatiga, confusión mental y una sensación de abandono por parte del sistema médico. “Pedí orientación para destransicionar, pero los médicos no saben qué hacer. Te recetan con rapidez, pero no están cuando decides dar marcha atrás”.
Hoy vive en Los Ángeles, con el cabello corto y rubio, intentando reconstruirse. Ha formado una banda llamada Pariah the Doll, lanzó un álbum llamado Castrato, y diseñó una línea de ropa titulada Eunuch for the Kingdom. Aunque espera algún día formar una familia, está dispuesto a vivir en celibato si su salud reproductiva no se restablece.
A pesar del dolor vivido, Yardley no guarda odio. Ni a su madre —que simplemente confió en los médicos— ni a los especialistas que lo trataron. “No creo que haya maldad. Pero sí creo que hay un sistema que se beneficia económicamente de mantener a personas en tratamientos de por vida”.

Ahora, Yardley ha emprendido acciones legales contra el Hospital Infantil de Filadelfia por negligencia médica. Su testimonio se suma al creciente debate en Estados Unidos y Europa sobre los tratamientos de afirmación de género en menores. “No me arrepiento. En muchos sentidos, tengo una suerte extraordinaria. Pero hoy solo intento entender qué significa ser hombre. Es un salto aterrador”.