Redacción. La incertidumbre se ha convertido en un dolor constante para más de 50,000 hondureños en Estados Unidos, luego de que se confirmara la cancelación del Estatus de Protección Temporal (TPS), un beneficio migratorio que les había permitido vivir, trabajar y construir un futuro lejos de su país natal.
“¿Y ahora qué hago?”, se pregunta con voz entrecortada una hondureña que, desde su pequeño negocio en Miami, enfrenta una realidad devastadora. “Soy la dueña de este local, lo levanté con mucho esfuerzo. Si me dicen que tengo que irme, tendría que venderlo todo… Todo lo que construí aquí”.

La cancelación del TPS cayó como un balde de agua fría. Muchos de los beneficiarios del TPS llevan más de dos décadas en Estados Unidos. Han comprado casas, abierto empresas, formado familias. Pero con esta decisión, todo lo que parecía estable se vuelve frágil.
“Estamos en una situación verdaderamente angustiante. La gente tiene miedo de salir a la calle, porque muchos no tienen ningún estatus legal, ninguna esperanza… absolutamente nada”, lamenta otra compatriota en HCH.
Difícil situación en EE. UU.
El ambiente en ciudades como Miami es tenso. “Hasta los clientes tienen miedo de venir a comer al negocio”, afirma una comerciante, quien teme que su fuente de ingresos desaparezca si las autoridades migratorias deciden comenzar deportaciones masivas.
Algunos de estos hondureños visitaron recientemente su país de origen, amparados en los permisos especiales que el TPS les otorgaba. Hoy, ese derecho ha sido anulado. “Imagínese cómo me siento… no podré volver a ver a mi familia”, comenta con tristeza otra entrevistada.

El sentimiento general es de abandono. Muchos se sienten traicionados por las autoridades, incluso por representantes diplomáticos de su país que, según denuncian, no han hecho lo suficiente para defender sus derechos.
“Me siento defraudada. Andaban en Casa Presidencial el mes pasado (autoridades estadounidenses) y hoy no tenemos respaldo”, expresó una mujer con indignación.
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Historias como estas abundan. Y detrás de cada una hay sueños truncados, miedo al futuro y un grito desesperado por respuestas.
Mientras tanto, el reloj avanza y miles de hondureños se aferran a la esperanza de que algo cambie antes de que el estatus que les dio estabilidad se les arrebate para siempre.