Un estudiante universitario de Tucson, en el sur de Arizona, se tropezó con un cartel que rezaba: “cachorro gratis”. Entró, se enamoró del animal y se lo llevó a casa para darle un hogar. Así empieza la historia de Neo, la cría asustada y nerviosa que sólo aceptaba la compañía de su nuevo dueño.
Mientras Neo estaba con su dueño se mostraba feliz, pero el joven estudiante trabajaba y estudiaba durante la mayor parte del día y el cachorro pasaba largas horas solo en el patio trasero de la casa. Durante ese tiempo, Neo era capaz de cavar o saltar la valla para jugar con otros perros vecinos. Incluso a pesar de haber construido una valla más alta, Neo lograba saltarla y escaparse a menudo.
El dueño de Neo no se había dado cuenta de su perro no era exactamente un perro. Sus rasgos y también su comportamiento eran más típicos de un lobo: ojos ámbar, una gruesa capa de pelo y el cuerpo largo y delgado. Sus escapadas por el vecindario no eran sólo para jugar con las mascotas vecinas, Neo respondía al impulso de encontrar su manada.
A pesar de que los vecinos intentaban devolver a Neo a su casa, el cachorro evitaba cualquier contacto humano, rehuía la mirada e ignoraba las golosinas que tanto adoraban los perros vecinos. Finalmente, cansados de las visitas de Neo, llevaron el animal a la Sociedad Protectora de animales del Sur de Arizona.
Maureen O’Nell, ex director general de la entidad, recuerda la llegada de Neo: “Una mañana estaba fuera con otro miembro del personal y vimos llegar a una pareja con un perro con un comportamiento poco común, evitaba cualquier contacto humano”. O’Nell se acercó a la pareja y le preguntó si eran conscientes de que ese animal no era un perro.
Según las leyes en Arizona con respecto a la propiedad del perro lobo, la protectora no podía hacerse cargo del animal. La protectora se puso en contacto con Wolf Conexión, un centro de rescate de perro lobo, y con el dueño original de Neo para poder iniciar el trámite para trasladar a Neo al santuario.