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martes, abril 23, 2024

Medidas a reos peligrosos “no pueden ser permanentes”

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TEGUCIGALPA, HONDURAS. El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos en Honduras Roberto Herrera Cáceres, reconoce que las medidas de seguridad y el aislamiento de reos de alta peligrosidad adoptadas por autoridades hondureñas son para proteger  a la sociedad, sin embargo es de la opinión que las mismas no pueden ser permanentes.

El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos en Honduras, Roberto Herrera Cáceres, expresó que “El Estado tiene responsabilidades especiales en el manejo del sistema penitenciario y en este sentido tiene que tomar en cuenta que tanto la Constitución como las leyes internas y el derecho internacional señala que todas las personas detenidas en esos centros deben ser tratadas siempre, no importa el delito que hayan cometido, teniendo en cuenta su dignidad como seres humanos”, expresó.

El ombudsman Roberto Herrera Cáceres agregó que todas las medidas que puedan ser tomadas deben ser equilibradas “entre lo que es la seguridad de la sociedad, que es la razón por la cual están privados de libertad, y tomar en cuenta ese tratamiento como seres humanos en el interior (de las cárceles) porque es un tratamiento restringido y deben cumplir sentencia conforme a lo establecido por el juez correspondiente”.

El Comisionado Nacional de los Derechos Humanos en Honduras, Roberto Herrera Cáceres,  indicó que las medidas deben ser “de limitaciones específicas, detalladas, previstas, anticipadas, y se deben establecer formas de adecuación con un tratamiento básico de las personas como seres humanos”.

Además, Roberto Herrera Cáceres sostiene que las medidas de seguridad se deben tomar en cuenta para casos individualizados, ver cuál es el riesgo que representa un recluso para la sociedad en el exterior y también para los demás privados de libertad, y “esto justifica el tipo de medidas que generalmente no pueden ser permanentes”, puntualizó el defensor del pueblo.

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«El Pozo» El infierno de Santa Bárbara.

“El que cae en El Pozo no sale”. El oficial de alto rango a cargo de la seguridad retira sus lentes de sol, se escurre una que otra gota de sudor que comienza a rodar por los surcos de su frente y enfatiza: “esto es máxima seguridad, de aquí no se van”.

Y volvió a repetir “El que cae en El Pozo no sale de ahí” mientras se acomoda un chaleco anaranjado con franjas reflectivas.

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Señala hacia los cuatro puntos cardinales: “vea bien, aquí tenemos cuatro torreones, a 100 metros uno del otro, desde ahí tenemos una visión del 100 por ciento, vigilancia las 24 horas; llegar hasta esta zona ya sería un suicidio” y nuevamente repitió: “El que cae al Pozo no sale de ahí”.

Estamos en el centro de penal de máxima seguridad de Santa Bárbara. Ahí, entre las 23 manzanas de terreno habilitadas, está la más temible de las celdas construidas hasta ahora en Honduras: El Pozo, como la bautizó el presidente de la República.

Por órdenes del presidente Juan Orlando Hernández, en ese lugar ya han sido aislados los primeros 37 cabecillas de maras y pandillas que desde otras prisiones seguían ordenando masacres, extorsiones, atentados y otros actos de terror, según las autoridades.


A 72 horas de su reclusión en El Pozo, muchos han comenzado a desear no haber nacido y no haber derramado sangre inocente.

La advertencia del Gobierno había sido clara en el sentido de que solo hay dos caminos: El bueno, que es vivir en paz y trabajar honestamente, y el malo, que es delinquir, ser capturados y encarcelados.

Los reportes de los órganos de seguridad del Estado establecen que más del 80 por ciento de los crímenes atroces y atentados criminales fueron ordenados desde las cárceles por los cabecillas de maras, usando para ello mensajes codificados a través de las visitas de amigos, parientes y parejas sentimentales.

En El Pozo, los 37 reos permanecen en celdas de dos por dos metros, sin luz solar y artificial, con overoles anaranjados, pelo rapado, sin joyas ni libros, sin derecho a visitas y recibiendo únicamente sus tres tiempos de comida y una hora de luz solar al día.

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“Esto es un infierno, sáquennos de aquí”, decían los reos tan solo 24 horas después de su aislamiento. Cada celda solo tiene una cama de cemento y hierro, un retrete, un bebedero y un espejo de aluminio. Ahí, dentro, el reo pierde hasta la noción del tiempo.

Para acceder a los dos módulos de máxima seguridad, que tienen capacidad para 80 reos, se deben cruzar al menos cuatro puertas blindadas.

Cada movimiento en El Pozo es seguido y vigilado por agentes penitenciarios que se auxilian de más de una veintena de cámaras de última generación.

Para salir de una celda, los reos deben sacar sus manos por una ventanilla rectangular donde les colocan los aros de presión, posteriormente se desactivan los cuatro cerrojos, se abre el candado y, una vez fuera, se colocan grilletes en los pies.

De esta forma es conducido hasta las duchas que también se encuentran dentro de celdas con puertas color rojo.

Para tomar la luz solar, el reo camina unos 10 metros por el segundo nivel hasta llegar a las celdas de cuatro por cuatro metros. Ahí, de pie, porque no hay ni bancas de cemento, observa hacia el cielo con láminas traslúcidas. Lejana se mira la libertad. Una hora y se acabó. Es hora de regresar a la celda que es testigo muda de su desgracia.

 

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