La Rectora en su laberinto

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UNAH.
Rodolfo Pastor Fasquelle.
Rodolfo Pastor Fasquelle.

Ninguna elocuencia puede obviarlo. Es chocante que la Rectora Julieta Castellanos y sus amigos protesten *la ingerencia de partidos políticos de izquierda en la Universidad*, la cual –por definición– no puede ser *apolítica*. Porque como recuerda de continuo la Licenciada Castellanos, *la UNAH** forma parte del Estado*.

A diferencia de sus antecesores, Julieta nunca fue instrumento del FUUD, pero su pretensión de  distanciarse asimisma con respecto al P.N., si fue desingenua. Julieta esta ahí por la connivencia del Partido Nacional. Fue apoyada por el PN para acceder a la rectoría y otra vez –después- para cambiar la ley que estorbaba su reelección en ese cargo.

Ha sido cercana a todos los gobiernos nacionalistas hasta la fecha, íntima desde hace décadas de Ricardo Maduro y de Juan Hernández. Y nada hay condenable en eso. Pero su ataque reincidente contra LIBRE y el PSOCA, a los que imputa de *anarquistas* y *trotskistas* linda otra vez en lo absurdo, lo ridículo y lo patético. Porque son los cachurecos los que la van a quitar de ahí ahora, sin piedad y sin que nadie llore.

No me sorprendería en absoluto que, desde el trotskismo, se defendiera el cerrajeo  y traqueteo de las armas concebido como precaución de peores males. (Don León fue el Rector del Ejercito Rojo.)

En la lógica del poder absoluto, prima siempre su propia conservación. Pero coincido en lo esencial con el quizás *sutil* argumento expuesto por Leticia Salomón. Y me alegra que ella concuerde tanto con los planteamientos de sus opositores.

Como recuerda Salomón, en nuestro liberal concepto, la libertad y el derecho propio  alcanzan hasta ahí –justo- donde deben respetar el derecho y la libertad del otro, del prójimo.

Por eso hay leyes que definan esas extensiones y esos límites, y autoridades que los garanticen. En una comunidad ilustrada, se pueden y deben negociar en democracia y con tolerancia esos límites, claro que si, y la autoridad puede y debe ejercerse para garantizarlos sin llegar a la violencia. Por ende es incorrecto –coincidimos de nuevo- que los estudiantes se tomen los edificios violentamente, y los ocupen en forma indefinida, estorbando el trabajo de otros. Aunque en todos lados hay derecho a la insurrección.

Mientras tuvieran opciones, mientras alguien escuchara, de verdad, los estudiantes no podían lícitamente atropellar y menos agredir a nadie. Rechazo el epíteto público contra el peor de los hombres o las damas.

Pero en igual equívoco incurre la Rectora y es peor -por ser quien es- cuando descalifica a sus opositores y el yerro imberbe de los chavos no se compara en gravedad y peligro con el dislate oficial, de empuñar armas en el campo universitario. No hay proporción.

Alguna vez me apoyó y, en otra ocasión,  expresé la peregrina ocurrencia (el tiempo se encarga de ridiculizarlo a uno), de que hubiera sido una buena Presidenta, Julieta. Ha gozado de todo mi respeto. Independientemente de su grado y titulo, y me consta que tiene doctorado honorífico, en términos académicos y administrativos, estaba perfectamente capacitada para rectorar a la Universidad y lo hizo bien varios años. No es la culpable de que la reforma tan necesaria se hubiera quedado a medias y en papel.

Hizo en su momento lo que pudo y muchas cosas positivas por la U, además de actualizar la infraestructura, que será su obra mayor. Por supuesto que si. Pero la he felicitado también en público y en privado por que ella asumió, luego de la debacle del Ministerio de Cultura, la responsabilidad publica de apoyar el mundo de las artes, las letras y las humanidades. Abrió nuevas carreras. Y lo hizo con profesionales capaces, de cuya posición antes me felicite y ahora me conduelo.  No creo que estuviera privatizando nada que fuera esencial al servicio educativo.

Estoy de acuerdo en lo fundamental y general con sus reformas. Con requerir mas orden, mayores responsabilidades  y normas mas exigentes a los estudiantes y a los profesores universitarios. Aunque no en quitarles derechos. Y hace tiempo pienso que se ha propasado en esa exigencia que tiene que ser gradualista y consensuada. Ha hecho daño al propasarse y al querer imponer esa reforma por vía del decreto, la vigilancia, y la represión, y ha protegido a funcionarios mediocres que violan los derechos de los trabajadores y los estudiantes. ¿Cayó en la provocación final? ¿Que falló para que se le reclame que se crea dueña de la verdad?

Al final del día, la Rectora tuvo que haber sido más perspicaz y flexible, más incluyente y selectiva. No debió burlarse de y denostar a sus contrarios.  Jamás  debió judicializar en otro ámbito dudoso… un conflicto interno entre amplios sectores universitarios, del cual los activistas solo son concreciones y victimas. Nunca Julieta debió introducir al aula, las armas, mucho menos haber desenfundado las pistolas de una policía y los fusiles una milicia que ella –mejor que nadie– sabe que no son confiables… en un foro que lo prohibía y de cuya integridad estaba responsabilizada.

No es la primera violencia. Héctor Martínez Motiño pudo haberse equivocado o incurrido en una falla pero debería estar vivo. Está muerto como el respeto a los derechos que defendía y muerta la decencia y todo lo que se hizo en bien esta perdido. Como perdida esta la gestión de Castellanos.

Antes, puesto que no había podido resolver  la contradicción (nadie es omnipotente) y para asegurar su legado, la Rectora  debió dimitir y facilitar así la transición a un entendimiento entre contrarios, incluyendo a sus propios partidarios que –sin ella– pudieron ser, todavía ayer, elementos de continuidad en el proceso. (Malo que entre nosotros se interpreta la renuncia como claudicación y no como conciencia de la obligación de ayudar a sortear un impasse.)

Renunciar era lo civilizado. La hubiera ubicado por encima de si misma. Como ejemplo de integridad política y de responsabilidad personal, de democracia y respeto. Habría sido el toque final de su compromiso con  la UNAH, la prueba definitiva de su argumento. Nada perdía entonces. Ni siquiera su seguridad personal. Y en cambio se habría granjeado un lugar en la historia institucional y aun la nacional. También es cuestión de imagen. Al ceder a, e invitar la represión violenta la Rectora fracasó en su propio reto político,  se quemó y chamuscó a sus más cercanos colaboradores. Hoy lleva la razón nublada y pólvora en las manos. E inaugura un retroceso. Nadie