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jueves, abril 18, 2024

Opinión de Héctor A. Martinez: Reelección y felicidad

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Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo). “Nadie conoce los misterios de las decisiones que

Hector A. Martinez, sociólogo.

Dios toma -me decía un buen amigo católico-; a veces, para disfrutar de la felicidad y la paz, hay que pasar calamidades que los mortales no terminamos de entender”. Y si uno piensa un poco, no resulta difícil concluir que pareciera que la sentencia tiene mucho de profecía autocumplida. En menos de cincuenta años, hemos sido testigos de los cambios catastróficos que han alterado el destino de la humanidad, la mayoría de ellos, fruto de los conflictos.

Al ver el sufrimiento de muchas sociedades devastadas por los horrores de las guerras fratricidas, en ese loco afán de los hombres por imponer sus caprichos y sacar ventajas de sus negocios, llega una época posterior  a las conflagraciones en la que los individuos comienzan a tomar un profundo respeto por las instituciones, y determinan el gran valor que tiene la paz, la armonía y por qué no, la felicidad. Todo tiene sentido después de la debacle: el amor y la profundidad religiosa toman parte activa en la cotidianeidad de los ciudadanos que han sufrido los horrores de los conflictos.

Ello nos lleva a pensar que en Honduras, aún no hemos padecido las secuelas que deja la discordia entre hermanos. Y por seguimos siendo ilusos en política. Ni siquiera con los sucesos de junio del 2009 logramos sopesar el valor que tiene la armonía y la valía de la conciliación fraterna. Nos dividimos más. Aunque lo negamos, perdimos el justiprecio y la oportunidad de oro para rectificar lo maltrecho del sistema político. Más ¿Vendrá algo en el futuro que aún  no logramos percibir en el ambiente?

Un poco de lógica para entendernos: si la gracia de la democracia es la búsqueda de la felicidad de los ciudadanos, entonces, alguien debe rectorar esa búsqueda. Se siguen procedimientos para llegar a esa regencia social. Ese grupo rector recibe el nombre de “poder” que disfrazamos con el epíteto de “gobierno” para suavizar el peso de su misión coercitiva. El problema es que, después de treinta y cinco años, el sistema democrático aún no encuentra su razón de ser, es decir, el estado de bienestar de los ciudadanos –ya no hablemos de felicidad-, aún no aparece en lontananza, lo significa que algo anda muy mal en la estructura y funcionamiento de ese poder.

La alternabilidad bipartidista no pudo encontrar la fórmula, cuya composición es, como piensan algunos economistas como Gabriel Zaid en su “Progreso improductivo”, fácil de aplicar con un poco de voluntad de reparto, cosa que provoca alergia en los analistas neoliberales enfundados en las oficinas de El Cato en Washington, que piensan que los recursos del Estado son insuficientes y que la gente debe aprender a sobrevivir por sí misma. Hay que ser rico para pensar así, o bien pagado para escribir cosas como tales. Y quienes degeneraron la idea de la función del Estado, fueron los populistas de la estirpe de Perón, Fidel y Chávez, quienes, sin dejar de ser ricos, concluyeron que el Estado debía satisfacer, al menos, los dos primeros niveles de la pirámide de las necesidades de Maslow.

No. No es la reelección ni la prolongación en el poder, la panacea para alcanzar la felicidad deseada. La alternabilidad que exige la democracia, contiene un mensaje que no hemos descubierto o que nos negamos a ver: su esencia antitotalitaria. El relevo en la silla presidencial exige que los partidos pacten un acuerdo nacional y solidario donde la razón de ser sea meramente humana: la gente es primero y no los negocios de los miembros en el poder; los planes sociales deben estar libres de colores, banderas y doctrinas, sino, la democracia carece de gracia. Por eso la palabra “cambio” es una preciosa salida para encubrir la mentira en política. Nadie –excepto Chile- ha logrado acercarse a esa felicidad prometida. Y en Honduras, los grupos en el poder tampoco están interesados en acercarnos a la prosperidad y al progreso: ello significaría crear un monstruo que pondría fin a las ganancias y a las haciendas de unos pocos. La solución, nosotros los votantes la tenemos entre manos.

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