Estudiante hondureña dice «ya basta» a perfiles raciales en los aeropuertos

Una estudiante hondureña escribe sobre los malos gustos pasados en los aeropuertos.

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Sabrina Handal, hondureña que estudia en los Estados Unidos.

EEUU.- Sabrina Handal, una hondureña de 19 años que estudia cine en la universidad Centenary de Louisiana, escribió un artículo que fue publicado por The Times, periódico de los Estados Unidos, acerca de las vicisitudes que experimenta cada vez que tiene que atravesar un aeropuerto.

«Vengo de un pequeño país de Centroamérica llamado Honduras. Además de ser latina, también vengo de un largo linaje de inmigrantes palestinos, por lo que la mayoría de mis rasgos faciales así como también mi apellido tienen orígenes del medio oriente. Estos dos hechos me complican increíblemente la vida cuando estoy en un aeropuerto.»

Así abre su artículo la joven hondureña.

«Gracias a los perfiles raciales, siempre me seleccionan para «registros aleatorios» o para interrogatorios con la TSA (Transportation Security Administration; en español: La Administración de Seguridad en el Transporte) o con oficiales de la aduana», agrega Handal.

«Cada vez que cruzo la aduana, me hacen a un lado por ninguna razón aparente para someterme a «chequeos de seguridad adicionales». Esos «chequeos» van desde palmaditas y manoseadas bastante invasivas, a revisar hasta el último rincón y artículo en mi equipaje de mano, y hasta hacerme preguntas de lo más complejas acerca de mi vida.

Dejo de ser una persona cada vez que entro a un aeropuerto. Llevo un blanco en la espalda en el que mis documentos parecieran decir «inmigrante ilegal» y mi cara dice «terrorista». Por supuesto que no soy nada de eso. Yo viajo con una visa de estudiante otorgada por el gobierno de Estados Unidos».

Así describe Sabrina Handal lo que experimenta cada vez que debe atravesar un aeropuerto para poder llegar a su destino. Luego prosigue a compartir algunas de las peores anécdotas que tiene al respecto:

Las peores experiencias de Sabrina en los aeropuertos

«Cuando tenía 12 años, mis padres y yo hicimos un viaje a Nueva York. El viaje implicaba un vuelo de conexión en Miami. Cuando aterrizamos ahí, pasamos por aduanas y de improvisto mi padre fue arrestado.

Resultó ser que mi padre por casualidad tenía el mismo nombre de un criminal que las autoridades andaban buscando. Mi padre ya había resuelto este problema en un viaje anterior, y se suponía que la información ya había sido actualizada en el sistema de seguridad del aeropuerto. ¿Por qué nos llevaron a mis padres y a mí a una habitación aparte entonces?

Los oficiales de aduana nos llevaron a una habitación diminuta repleta con 20 confundidas personas. Cada uno de nosotros en esa habitación era de color- personas que parecían no tener nada de qué disculparse más que por el color de su piel y el prejuicio que viene con ello.

No se nos explicó el porqué nos llevaron a esa habitación. Mi padre estaba furioso porque se suponía que la seguridad ya había arreglado ese problema apenas un mes antes. Enojado, exigió que uno de los dos oficiales a cargo le explicara lo que estaba ocurriendo.

«Callate», le dijo uno de los oficiales. «Aguantate».

«Deportalo, hombre, para que sepa quién manda aquí», le dijo el otro oficial.

El problema con mi papá pudo haber sido resuelto en cuestión de minutos. Se trataba de un simple error informático. Gracias a la «generosidad» del oficial, nos quedamos encerrados en esa habitación por seis horas. Mi mamá le tuvo que rogar a uno de los oficiales para que nos dieran algo de comer. Fuimos los últimos en irnos de ahí.

Perdimos el vuelo, nuestro equipaje, nuestra dignidad. Tuvimos que reservar un hotel al último minuto, y todo por una leccioncita acerca de la superioridad racial.

A inicios de este año, regresaba a la Universidad después de las vacaciones de invierno. En aduanas, esperé en un área reservada para estudiantes universitarios internacionales. Después de una espera de media hora, llegó mi turno para presentar mis documentos de viaje. De entrada, el oficial pensó que algunos de mis documentos eran falsos. El oficial me cuestionó acerca de la universidad a la que iba, lo que estudiaba, mis becas. Como si cada uno de mis logros -por los que tanto luché- estuviesen siendo lanzados por la ventana.

Después de eso me mandó a esperar en una fila aún más larga con otros estudiantes. Cuando le pregunté por qué, me dijo que era para verificar que no estuviese ingresando algún dependiente mío al país, lo cual es completamente ridículo. Sin embargo, yo sabía por tantas experiencias previas que lo mejor era no responder, por lo que regresé al final de la fila.

La mayoría de las personas en la fila no tenían idea de por qué estaban ahí. Durante la espera de una hora, me di cuenta de que teníamos algo en común: todos eramos latinos, del medio oriente o asiáticos. Me tuve que tragar esa dura realización mientras observaba cómo los estudiantes europeos pasaban por aduanas en cuestión de minutos.

Soy estudiante internacional de una universidad de los Estados Unidos, por lo que debo viajar dos veces al año. Estoy cursando mi segundo año y cada viaje que hago me llena de pavor, pensando qué nuevo incidente tendré que agregar a mi lista. Empiezo a resentir quién soy y de dónde vengo. Venir a este país, un país que supuestamente se enorgullece de promover la «libertad», no se debería de sentir así.

Ya basta, ya no puedo cargar con este blanco en mi espalda.»